La muerte: el mayor maestro

El Buda dijo que la más importante de todas las enseñanzas es la impermanencia. Y su expresión final es la muerte. La maestra budista Judy Lief explica por qué nuestra consciencia de la muerte es el secreto de la vida. Es su giro último.

Judy Lief13 July 2022

Ya sea que luchemos contra ella, la neguemos, o la aceptemos, todos tenemos una relación con la muerte. Algunas personas tienen pocos encuentros con la muerte a medida que crecen, y sólo se convierte en algo personal cuando se vuelven adultas y el número de funerales se vuelve mayor al de las bodas. Otras personas crecen en ambientes violentos en donde la muerte es común, o les toca ver a un miembro de la familia morir de una enfermedad fatal. Muchos de nosotros nunca hemos visto a una persona morir, mientras que la gente que trabaja en hospitales y hospicios ven la realidad de la muerte y del morir cada día. Pero ya sea que la muerte nos parezca algo distante o que estemos inmersos en ella, siempre nos persigue y nos reta.

La muerte es un mensaje fuerte, un maestro demandante. En respuesta al mensaje de la muerte, nos podemos cerrar y volver más duros. O podemos abrirnos, y volvernos más libres y amorosos. Podemos tratar de evitar su mensaje, pero eso nos conllevaría muchísimo esfuerzo, porque la muerte es un maestro persistente.

El maestro muerte nos encuentra desde el minuto en el que nacemos, y está a nuestro lado en cada momento de nuestra vida. Lo que la muerte tiene que enseñarnos es directo y va al punto. Es profundo, pero íntimo. La muerte es un alto total. Interrumpe las delusiones y los hábitos de pensamiento que nos atrapan en unas mentes pequeñas. Es una afrenta al ego. 

La muerte es un hecho. Nuestro reto es averiguar cómo relacionarnos con ella, porque nunca es buena idea luchar en contra de la realidad o negarla. Entre más batallamos en contra de la muerte, más resentimiento tendremos y más sufriremos. Partimos de una situación dolorosa y a través de nuestras batallas añadimos una nueva capa de dolor a esta situación.

No podemos evitar la muerte, pero podemos cambiar el modo en el que nos relacionamos con ella. Podemos tomar la muerte como un maestro y ver qué podemos aprender de ella.

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Los hechos son hechos: todos vamos a morir tarde o temprano. No hay un truco mágico o espiritual que pueda cambiar esto. El distanciarnos de la muerte o posponer el pensar en ella no va a funcionar.

He notado que entre más distantes estamos de la muerte, más miedo surge en nosotros. La muerte se convierte en algo alienado, algo otro, algo misterioso y que espanta. La gente que trabaja regularmente con los moribundos y quienes están cercanos a la muerte, parecen tener mucho menos miedo.

Cada uno de nosotros tenemos una relación única con la muerte basada en nuestra propia historia y circunstancias particulares, pero de un modo u otro todos nos relacionamos con la muerte. La pregunta es: ¿Cómo nos relacionamos con esta realidad y cómo ésta da color a nuestras vidas? 

Es posible llegar a buenos términos con el hecho de la muerte en un modo en el que enriquezca nuestras vidas, pero para aprender de la muerte tenemos que estar dispuestos a tomar una mirada no-apasionada hacia nuestras experiencias y preconcepciones.

El reflexionar en nuestra propia mortalidad y en la realidad de la muerte se practica en muchas tradiciones contemplativas. En la tradición budista, la contemplación de la muerte, se dice, es la “contemplación suprema”. Incluye no sólo reflexionar en nuestra mortalidad física, sino también en la impermanencia en todas sus dimensiones.

A través de la meditación y al desarrollar una conciencia continua acerca de la muerte, podemos cambiar nuestra relación con la muerte y, con ello, cambiar nuestra relación con la vida. Podemos ver que la muerte no es sólo algo que surge al final de la vida, sino que está inseparablemente ligado a nuestra vida momento a momento, del inicio al final. Podemos ver que la muerte no es sólo un maestro final. Está disponible para enseñarnos aquí y ahora.

Cuando contemplamos de este modo, nuestras numerosas estrategias para no darle la cara a la realidad de la muerte, tales como las interpretaciones para hacerla más suave, son expuestas una a una y demolidas. La muerte es el gran interruptor, está fuera de toda razón y no es negociable. Ninguna cantidad de astucia puede cambiarla. 

Contemplar la muerte no es una práctica fácil. No es sólamente conceptual. Mueve todo. Evoca emociones de amor, pena, miedo y anhelo. Hace surgir ira, decepción, arrepentimiento y la sensación de pérdida de piso. Cuánta ternura hay en reflexionar en las muchas pérdidas que hemos experimentado y que vamos a experimentar en el futuro. Cuán conmovedor es reflexionar en la cualidad fugaz de la vida.

El modo en el que pensamos la muerte importa. Afecta cómo vivimos nuestra vida y cómo nos relacionamos unos con otros.

En esta práctica, deliberadamente traemos nuestra atención una y otra vez a nuestra relación con la muerte. Examinamos lo que entendemos con la muerte y qué hace surgir en nosotros. Reflexionamos en nuestras experiencias y reacciones a ella.

Es un poco como ir a un consejero matrimonial. “¿En dónde se conocieron ustedes dos? Dime un poco de su historia. ¿Pasan mucho tiempo juntos? ¿Qué hay en él o en ella que te haya ofendido? ¿Cómo ven su relación evolucionando hacia adelante?” Podríamos decir que la muerte es tu pareja más íntima. Está contigo todo el tiempo, está completamente interconectada con tus actividades diarias. Dado que este es el caso, ¿no valdrá la pena hacer una relación con ella?

Pero nuestra relación con la muerte no es tan fácil. Para entenderla, tenemos que desacelerar y examinar sistemáticamente nuestras ideas acerca de ella, lo que nos hace pensar en ella, y lo que significa para nosotros. La muerte agita todo tipo de pensamientos. Y escondidos dentro de esas nubes de pensamientos está una pequeña noción, no hablada y profundamente enraizada y persistente, de que atravesaremos la muerte de modo intacto, como si pudiéramos asistir a nuestro propio funeral. 

Entre más de cerca vemos estas ideas, más podemos ver cuán inadecuada es la mente conceptual ante la muerte. Sin embargo, lo que pensamos acerca de la muerte sí importa. Afecta cómo vivimos nuestra vida y cómo nos relacionamos unos con otros. 

La práctica contemplativa nos reta a ver más profundamente en nuestros pensamientos y creencias, nuestras fantasías y presuposiciones, nuestras esperanzas y nuestros miedos. Nos reta a separar aquello que nos han dicho de lo que nosotros pensamos y experimentamos. Tenemos todo tipo de pensamientos acerca de  lo que sucede cuando morimos y de cómo nosotros y los demás debemos relacionarnos con la muerte, pero a través de la meditación aprendemos a reconocer los pensamientos como pensamientos. Aprendemos a no equivocarnos tomando estos pensamientos e ideas acerca de la muerte como conocimiento directo o experiencia directa. Aprendemos a no creer todo lo que pensamos o todo lo que nos han dicho.

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Estamos en una danza con la muerte en todos los niveles, y cada nivel influencia y es influenciado por los demás. Nosotros estamos influenciados por lo que nos han dicho acerca de la muerte y del morir, por nuestra historia personal, por los sesgos de nuestra cultura, y por lo que hemos observado. También estamos influenciados por hábitos internos de pensamiento y por nuestras respuestas condicionadas. Nuestras visiones y reacciones más sutiles ante la impermanencia quizás estén bien escondidas, pero tocan nuestra visión de la vida y nuestra identidad personal. 

Si queremos entender nuestra relación con la muerte, necesitamos explorar sus dimensiones más amplias así como sus dimensiones más sutiles. Si estamos dispuestos a tomar una perspectiva honesta al cómo enfrentamos personalmente esta realidad, podemos desarrollar un entendimiento más profundo acerca de la impermanencia e incluso hacernos amigos de ella. 

Un modo de empezar es reflexionando acerca de nuestra historia personal con la muerte. ¿Qué te han dicho acerca de la muerte? ¿Cuáles son tus experiencias más tempranas acerca de ella?

En mi caso, cuando tenía cinco años, me dijeron que mi nana se murió, y eso fue todo. Para mí ella simplemente desapareció, y los niños no van a funerales. Un poco después, cuando mi tía murió, me dijeron que ella iría al cielo, a un lugar muy hermoso. Pero yo no pensaba realmente que la gente creyera eso porque todo lo que veía eran personas tristes y llorando. Cuando las mascotas morían, me dijeron “se fueron a dormir”. A mí no me parecía que estuvieran durmiendo.

Como niña, observé que los animales muertos no respiraban ni se movían como los animales vivos. Ví que ellos se secaban y empezaban a oler raro, o estaban aplastados más allá de su reconocimiento. Yo vi que los perros que eran golpeados por los coches lloraban de dolor y que los animales se veían enfermos antes de morir. Vi que la gente se volvía vieja y frágil. Vi que cuando matabas a un insecto, no podías hacer que regresara a la vida, incluso si sentías pena o arrepentimiento. Mis amigos y yo pensábamos que era curioso cantar canciones como la que dice “Los gusanos van adentro, los gusanos van afuera…” la muerte no era tan real para nosotros; la tomábamos como una broma. 

Yo observé muchas de esas cosas en un nivel externo, pero en un nivel interno, no tenía idea de lo que se trataba la muerte y qué significaba. No sabía cómo darle sentido, o cómo relacionarla con otras experiencias en mi vida. 

La muerte es la textura de la cual crecemos nuestra identidad, es la etapa sobre la cual recreamos nuestra historia.

Es en nuestro encuentro con la mortalidad, es esta dimensión interna, la dimensión de la relación, la que necesitamos explorar. Se torna evidente que para llegar a una relación con la muerte libre de baches y atascamientos primero tenemos que barrer con un sorprendente número de ideas, pre suposiciones y especulaciones, algunas de las cuales están enraizadas muy profundamente. A través de este proceso, podemos volvernos conscientes de los muchos conceptos que están flotando alrededor de nosotros, e intentar averiguar de dónde vienen y qué efecto tienen en nosotros.

Cuando vemos hacia la dirección donde todo esto parte, nos encontramos con una paradoja. Usualmente consideramos la muerte como el final, pero empieza a parecer que la muerte es, de hecho, el principio. Es la textura a partir de la cual crecemos nuestra identidad, la etapa sobre la cual recreamos nuestra historia.

Podemos empezar nuestra exploración justo donde estamos. Ya hemos nacido, estamos vivos, y todavía no morimos. ¿Ahora qué? Quizás nos conectemos con nuestra vida en términos de cierta historia o de la historia. Por ejemplo, nacimos en tal y tal tiempo y lugar, hicimos esto y lo otro, y tenemos una etiqueta e identidad particulares. Pero la historia siempre está cambiando y está en proceso; no es tan confiable. Sin embargo, nuestra historia está combinada con un cuerpo físico, parece que tenemos algo más sólido, un paquete completo. Tenemos algo de lo cual sostenernos y defender. Tenemos algo que se nos puede quitar.

Pero, ¿de qué nos sostenemos realmente? Nuestra historia no es tan sólida. Siempre está siendo revisada y reescrita. Del mismo modo, nuestro cuerpo no es una cosa sólida y continua. También está cambiando siempre. Si buscas por el cuerpo que eres tú, no podrás encontrarlo. 

Entre más cerca miras, menos sólido se ve todo esto. Cuando investigamos nuestra experiencia factual, aquí y ahora, momento a momento, vemos cuán volátil y dinámica es. Tan pronto como notamos el pensamiento, el sentimiento o la sensación, éste ya pasó. ¡Pam! Es lo mismo con el acto de notar. ¡Pam! ¡Se fue! Y el que nota, aquel que está notando, no se puede encontrar en ningún lado. ¡Zaz! Cuando contemplamos de esta manera, empezamos a sospechar que esta vida no es nada sólida –que nosotros no somos nada sólidos.

Esto quizás parezcan malas noticias, pero de hecho, este descubrimiento es de una importancia suprema. A medida que empezamos a ver a través de nuestra solidez mítica, también empezamos a notar todo tipo de brechas en nuestros esquemas conceptuales. Notamos pequeñas probadas de libertad y facilidad en las que nuestra lucha por ser alguien se disuelve, y simplemente somos. En tales momentos, aunque sea brevemente, no estamos siendo llevados por la esperanza o el miedo. Vemos que el continuamente sujetarnos de la vida y protegernos de la muerte como una amenaza futura no es nuestra única opción. Hay una alternativa a nuestro arraigado hábito de sujetarnos y defendernos. 

Tras cada pequeño vistazo profundo o pausa, hay un momento de reagrupación, y nos encontramos a nosotros mismos reconstruyendo nuestro mundo. Cada vez que ponemos las piezas juntas de nuevo, también estamos reconstruyendo la amenaza de que este mundo no puede ser mantenido. Hacemos esto una y otra vez. Estamos alimentando la pretensión de solidez repetitiva y continuamente, así como el miedo a la muerte que viene con esta pretensión. 

Para deshacer este hábito dañino, necesitamos verlo con más claridad. Necesitamos reconocer que nosotros somos los responsables por perpetuarlo, y, por ende, tenemos el poder de detenerlo, de dejarlo de hacer.

Al ver las semillas de nuestra relación con la vida y la muerte en un nivel más sutil e interno, descubrimos cómo nos ponemos en el lugar del conflicto con la muerte desde el principio –en el nivel muy personal de la identidad y la auto-definición.

Entre más sólidamente nos construyamos, y entre más rígidamente nos identifiquemos con esta construcción, más tenemos que defender y más tenemos que temer. El ver la muerte en términos de tales patrones sutiles que yacen por debajo, quizás parezca inconsecuente, pero no lo es.

Cuando dejamos ir la aproximación de campo de batalla –esa perspectiva en la que la vida y la muerte son enemigos– nos abrimos a un modo enteramente nuevo de ver las cosas. En vez de esto en contra de aquello, nosotros en contra de ellos, algo mucho más inspirador puede tomar lugar. Las experiencias pueden surgir con frescura porque se las deja ir inmediatamente. Porque se las suelta tan pronto como surgen, entonces no hay nada a lo cual sujetarnos y no hay nada que perder. No hay campo de batalla, no hay ganador ni perdedor, no hay persona buena ni persona mala. 

La meditación simple, sin forma es una herramienta muy poderosa para relajar este patrón de sujetarnos y defendernos. Trabajar con la muerte a través de nuestra consciencia de los surgimientos y disoluciones momentáneas es una práctica profunda. Nos muestra que la frontera entre la vida y la muerte está sucediendo todo el tiempo y es una experiencia bastante ordinaria, y que este punto de encuentro que está en constante movimiento da color a todo lo que hacemos. Si podemos pararnos en firme sobre este nivel, podemos volvernos más abiertos a todo lo que la muerte tiene que enseñarnos.

Aunque la muerte es una realidad que está sucediendo todo el tiempo, hay momentos en los que nos golpea particularmente fuerte. Puede ser cuando tenemos un susto con nuestra salud o un cuasi-accidente. En esos momentos, realmente nos despertamos a la presencia de la muerte, y sus enseñanzas pasan a través de nosotros de un modo más claro y evidente. El corazón palpita fuerte, los sentidos están estimulados, y nos sentimos más vivos que nunca. También hay un momento de pausa, como si el tiempo se detuviera.

Cuando nos volvemos complacientes y tomamos las cosas por sentado, la muerte se filtra.

Los tiempos como estos son muy simples y directos, muy inmediatos. “Esto es lo que hay”, pensamos. “Realmente está sucediendo”. En tales momentos, nuestra consciencia de la muerte está agudizada y, simultáneamente se agudiza nuestra sensación de estar vivos.

De hecho, ante la cara de la muerte, nos sentimos más plenamente vivos que nunca. Somos sorprendidos al pensar más seriamente acerca de qué hacer con el tiempo que tenemos. Usualmente, sin embargo, no mantenemos tal consciencia, y la sensación de vitalidad agudizada se disuelve y se pierde. Regresamos al patrón por default de evitar la muerte, y, junto con eso, nuestra aproximación obnubilada o somnolienta hacia la vida.

Mantener una consciencia de la muerte hace la vida más vívida. Ante la luz de la muerte, las preocupaciones irrisorias se desvanecen y nuestras preocupaciones usuales se tornan irrelevantes. Es como si de pronto limpiamos nubes de polvo que han cubierto algo brillante y vívido, y nos quedamos con algo crudo, inmediato y hermoso. Tenemos una visión profunda sobre lo que importa y lo que no importa.

La consciencia de la muerte –escuchar sus enseñanzas– corta a través del aferramiento sutil que es algo central en nuestra experiencia. Corta a través de nuestro aferramiento a nuestro yo y nuestro aferramiento a otras personas. Esto quizás suene rudo, pero todo ese aferramiento no nos ha ayudado a nosotros ni a nadie más. Nuestro aferramiento a otros quizás tenga la apariencia de afecto hacia los demás, pero realmente está basado en miedo y en un intento de congelar y controlar la vida. Es un modo de sacar a la muerte de la escena y re-engancharnos a la intensidad de la vida. Pero si desarrollamos más facilidad y soltura con nuestra propia impermanencia y nuestras luchas con la muerte, podemos ser más comprensivos de los demás y de sus propias luchas. Podremos conectarnos unos con otros de un modo más genuino y con más calidez.

La muerte resulta ser el maestro que nos libera del miedo. Es el maestro que abre nuestros corazones a un amor que fluye con más libertad y apreciación por la vida y por los demás. Cuando nos atoramos en el sentimiento de auto-importancia y deseos intensos, la muerte se inmiscuye. Cuando nos quedamos atrapados en la auto-lástima, la muerte se inmiscuye. Cuando nos volvemos complacientes y tomamos las cosas por sentado, la muerte se inmiscuye.

La muerte nos estimula a ir hacia adelante con un sentido de urgencia y pone nuestras preocupaciones en perspectiva. La muerte aligera nuestro aferramiento y se burla de nuestras pretensiones. La muerte nos despierta. Es nuestro maestro más confiable y nuestra compañía más constante.

ACERCA DE JUDY LIEF

Judy Lief es una maestra budista y editora de muchos de los libros de enseñanzas del tardío Chögyam Trungpa Rinpoche. Ella es la autora de Making Friends with Death. Sus enseñanzas y su nuevo podcast “Dharma Glimpses,” están disponibles en su sitio web judylief.com.

ACERCA DE RATNA DAKINI

Ratna Dakini es una yoguini budista tibetana, bailarina, poeta y traductora originaria de México. Desde el 2013 es alumna de Yongey Mingyur Rinpoche y forma parte de la Comunidad de Meditación de Tergar. Ha publicado dos libros de poesía de dharma; bird yes y Sunbird. Actualmente da clases de yoga y comparte poesía y danza a través un boletín electrónico mensual.

Judy Lief

Judy Lief is a Buddhist teacher and the editor of many books of teachings by the late Chögyam Trungpa Rinpoche. She is the author of Making Friends with Death. Her teachings and new podcast, “Dharma Glimpses,” are available at judylief.com.