Cuando tenía nueve años, mis padres descubrieron el budismo y se convirtieron en alumnos de Lama Tony Karam en Casa Tíbet México. Ese mismo año vi Atlantis: El Imperio Perdido, de Disney. Inspirada por el personaje principal de Atlantis, Milo Thatch, un joven lingüista y cartógrafo que se embarca en una expedición para descubrir la ciudad perdida de Atlantis, me propuse aprender varios idiomas. La reciente incursión en el budismo por parte de mis padres allanó simultáneamente el camino para que yo profundizara en mi conexión con el dharma. Nunca sospeché que estos dos caminos, aparentemente separados, acabarían uniéndose algún día.
Si te gusta aprender idiomas tanto como a mí, probablemente hayas oído la teoría de que desarrollamos distintas “personalidades” con cada lengua que aprendemos. Aunque me parece que cada lengua que aprendo hace aflorar un aspecto diferente de mi personalidad, una forma más precisa de describir lo que ocurre cuando aprendo un nuevo idioma es que me abre a nuevas perspectivas y visiones del mundo.
Este último año he estado estudiando para volverme traductora de tibetano a través del proyecto Dharma Sagar de la Fundación Khyentse. Durante mis estudios y formación, la lengua tibetana ha transformado mi mente mucho más que cualquier otra que haya estudiado o hablado a lo largo de los años. En cierto modo, el idioma tibetano en sí, inclusive en su gramática, no sólo contiene el dharma, sino que es el dharma mismo.
La práctica de la traducción y el aprendizaje de un nuevo idioma se han convertido en mi propia forma de práctica de shamatha.
La lengua tibetana ha moldeado mi forma de pensar y de ver la vida. Incluso palabras sencillas y cotidianas como “hola” y “gracias” han adquirido ahora un significado nuevo y más profundo. El saludo tibetano “tashi delek” significa “que todo sea auspicioso”. Una expresión de agradecimiento, “tug je che”, significa “gran compasión”.
Al hablar de alguien o de algo externo a ti, la gramática tibetana te obliga a expresar si de lo que estás hablando es algo que has experimentado o visto con tus propios ojos, si es una suposición que estás haciendo o si es algo que generalmente es cierto para todos los demás. Esta estructura ha impedido que mi mente solidifique mis propias opiniones, perspectivas y experiencias como algo inherente y con lo que todo el mundo debería de estar de acuerdo. Cuando el tipo de información que expreso es personal, los desacuerdos pueden aceptarse mucho más fácilmente y la comunicación se vuelve mucho más abierta.
“El sol calienta” es una verdad en la que todos podemos estar de acuerdo, pero al hablar del clima y de cómo se percibe, si hace calor o no, hablaríamos de una forma que indicaría una experiencia personal. Somos nosotros los que lo sentimos; otras personas pueden no estar de acuerdo y sentirse cómodas o tener frío con el mismo clima.
Al aprender tibetano, también ha cambiado mi forma de relacionarme con mis “cosas”. Al hablar tibetano, en vez de decir “tengo un teléfono”, diríamos algo más parecido a “un teléfono existe cerca de mí”. Mi concepto de las cosas que “poseo” ha mutado de “esto es mío” a “sucede que esto está cerca de mí, y que puedo usarlo”, sin sentir una posesión inherente. Esta puede resultar en una herramienta maravillosa y útil para trabajar con el apego.
En el tibetano existe un lenguaje honorífico que va más allá del vous en el francés o el usted del español. En lugar de conjugar los verbos de forma diferente para indicar cortesía, muchas palabras se modifican, o incluso llegan a ser totalmente distintas, para indicar honor. Por ejemplo, puedes tener una foto normal (par) o una foto honorífica (kupar) de, digamos, tu lama. Incluso hay una forma de decir “perro” honoríficamente. Sin embargo, el lenguaje honorífico nunca se utiliza para hablar de uno mismo. En su lugar, puedes utilizar un lenguaje humilde que te ayude a disminuir tu sentido de la importancia del ego.
En cuanto a la conjugación de los verbos, cambia dependiendo de si hubo voluntad detrás de la acción pasada. Esta conjugación sólo puede darse en primera persona en tibetano —ya que tan sólo nosotros podemos saber con certeza si nuestras propias acciones son intencionadas o no—, lo que me hace plantearme si la acción de la que estoy hablando tuvo una intención. Pensar en cómo conjugaré un verbo en función de si tenía intención detrás de mis acciones, y luego reflexionar sobre esas intenciones, me ha ayudado a responsabilizarme de mis acciones tanto en relatos pasados como cuando actúo en mi vida presente. Solía pensar cosas como: “Tal persona hizo tal cosa a propósito”. Ahora, me pregunto: “¿Cómo puedo saber o juzgar sus intenciones si sólo puedo experimentar mi propia mente?”.
La práctica de la traducción y el aprendizaje de un nuevo idioma se han convertido en mi propia forma de práctica de shamatha. Es una práctica de atención plena con muchos resultados valiosos, como nuevas traducciones de materiales de dharma y la esperanza de preservar tanto a éste como a la cultura tibetana. Mi trabajo de traducción me permite contribuir a que las enseñanzas del dharma lleguen a más personas. En todas mis vidas, aspiro a traducir el dharma hasta que el samsara quede vacío. Y espero que tú también abras tu corazón a aprender y apreciar esta hermosa lengua y sus poderosas enseñanzas.