Creo que lo que hace único al budismo —lo que lo convierte en budismo— es su diagnóstico de lo que causa el sufrimiento, lo que se denomina la segunda noble verdad.
En cuanto a las otras nobles verdades, la mayoría de las religiones reconocen la realidad omnipresente del sufrimiento, el hecho de que puede terminar (si no en esta vida, entonces después) y que la sabiduría, la compasión y la vida ética son el camino hacia un menor sufrimiento.
Pero, ¿por qué sufrimos, en primer lugar? Aquí es donde el budismo se destaca por sí mismo, ofreciendo una explicación del mundo real que es simple, comprobable y, en mi opinión, irrefutable.
¿Cómo es desintoxicar nuestra mente del ego y de estos tres venenos? Ya lo sabemos.
Según el budismo, la causa fundamental del sufrimiento es la ignorancia, nuestra visión errónea de la realidad. El Buda enseñó que todo es impermanente. Es otro modo de decir que todo muere. Pero nos aferramos a la creencia, o al menos a la esperanza, de que algo en nosotros no morirá, algo permanente en nuestro interior que llamamos alma, atman, ego o simplemente “yo”.
Y ese “yo” inexistente nos esclaviza. La forma en que intentamos preservar, proteger y complacer al yo es a través de los tres venenos. Queremos lo que es bueno para él; a eso lo llamamos aferramiento, pasión o deseo. Repelemos lo que es malo para él; a eso lo llamamos aversión, agresión o ira. Y las cosas que no nos afectan, no nos importan; a eso se le llama indiferencia o ignorancia (en un sentido distinto de la ignorancia fundamental que causa todo el problema).
Los venenos se representan con tres animales: el gallo (quiero—apego), la serpiente (no quiero—ira) y cerdo (no me afecta—indiferencia). Éstos hacen metástasis en lo que se denominan los ocho intereses mundanos: maneras en que dividimos al mundo entre lo que es bueno para nosotros y lo que no. Tradicionalmente se describen como cuatro pares —felicidad y sufrimiento, fama e insignificancia, alabanza y culpa, ganancia y pérdida—, pero, en realidad, los intereses mundanos son infinitos, porque el ego lo divide todo de esa manera.
Por supuesto, esto no significa que busquemos el sufrimiento o que haya algo de malo en la felicidad o el placer. El problema es que somos esclavos de nuestra orientación egocéntrica fundamental y de los venenos y el sufrimiento que genera.
¿Cómo es desintoxicar nuestra mente del ego y de estos tres venenos? Ya lo sabemos.
Piensa en alguien a quien ames incondicionalmente. Alguien cuyo sufrimiento asumirías con gusto, alguien a quien darías toda tu felicidad. En ese momento de altruismo puro, sientes amor y sabiduría y te liberas de los venenos. Sientes que eso es lo que quieres ser. Sientes que eso es lo que realmente eres. Y así es.
—Melvin McLeod
1. Atención Plena
Narayan Helen Liebenson llama a los tres venenos “tormentos del corazón”. La atención plena alivia su dolor.
El término pali para los tres venenos de la codicia, el odio y la confusión es kilesas. Esto se traduce de varias maneras: como venenos, toxinas, impurezas, manchas, vejámenes o aflicciones. Pero yo me inclino por una traducción alternativa: tormentos del corazón.
En lugar de aportar conexión y tranquilidad, los tres venenos nos atormentan. Refuerzan los patrones de desconexión y separación. Debemos ocuparnos seriamente de ellos por el daño interior y exterior que causan, y por la falta de libertad interior que se produce cuando no somos conscientes de ellos.
Las enseñanzas del Buda ofrecen un camino liberador.
No hay que tomar los kilesas como algo personal e identificarse con ellos, pensando: “soy una persona iracunda, avara e ilusa”. Los kilesas no son rasgos inherentes, sino aspectos de la naturaleza que piden ser vistos y disueltos. Ver la codicia, el odio y el engaño de esta manera nos anima a responder a estas emociones dolorosas con bondad, compasión y sabiduría.
Nuestra práctica nos anima a aprender a dejar de reforzar los patrones habituales que nos hacen ser más avaros e iracundos, y estar más desconcertados. Al fin y al cabo, mejoramos en aquello que practicamos. Si respondemos a la avaricia con el deseo de que cese, la avaricia aumenta. Reaccionar al odio con odio provoca más odio.
La avaricia es desear más de lo que nos gusta, el odio es querer deshacernos de lo que no nos gusta, y ambos se basan en el engaño de no saber dónde encontrar la felicidad y el alivio de nuestro sufrimiento. Éste es nuestro dilema humano, y las enseñanzas del Buda ofrecen un camino liberador. Practicar la bondad, la compasión y la sabiduría permite que los kilesas se disuelvan. Así que debemos tomarnos los venenos en serio, pero no de manera personal.
Practicar la atención plena en los kilesas
La práctica de la atención plena está diseñada para contemplar directamente los kilesas y ser conscientes de ellos, en lugar de simplemente permitir que se incrusten en hábitos de sufrimiento. Debemos estudiarlos en nuestro corazón y en todos los aspectos de nuestra vida. Debemos de tomar conciencia de cómo se sienten en el cuerpo, en el contenido de nuestros pensamientos y cómo se manifiestan en nuestras relaciones y en la vida cotidiana.
El primer paso es reconocer que se está produciendo un kilesa. Podemos experimentarlo primero como un dolor en el corazón, un escozor en el cuerpo o una obnubilación en la mente. Tan sólo el hecho de reconocer a un kilesa como tal es un gran paso. Es el comienzo de la toma de conciencia de un hábito. Es tan sólo cuando algo se vuelve consciente que se puede trabajar, modificar y transformar.
El segundo paso consiste en permitirnos experimentar plenamente el kilesa tal y como es, sin deseo ni apego a la idea de que debería ser de otro modo. El tercer paso consiste en investigar su verdadera naturaleza y las creencias que tenemos sobre ella. ¿Acaso ceemos que el kilesa es permanente y quienes somos realmente? ¿Pensamos que la felicidad surgirá de nuestra conducta? Investigar de este modo desacondiciona la mente y aporta una paz auténtica y duradera. Sólo es cuestión de practicar así una y otra vez.
En un tono más ligero y personal, me gustaría ofrecer un ejemplo de cómo practico yo. En los últimos años, me he ido adaptando a la presencia de un perro en casa… un perro que ronca. Al principio, cada vez que sus ronquidos me despertaban, me sentía molesta. “¿Acaso no entiende este (ciertamente adorable) perro que estoy intentando dormir?”, Pensaba. Practicar significó reconocer el fastidio, aceptar que estaba ocurriendo e investigar su naturaleza temporal en la comprensión de que esa emoción no soy yo. Los ronquidos no han cesado, pero el fastidio sí, y ahora ambas estamos en paz.
2. Amor
Las prácticas del corazón, dice Melvin Escobar, son la medicina curativa para las enfermedades de la avaricia, el odio y el engaño.
Las prácticas tradicionales del corazón, tales como la generosidad, la bondad amorosa y el tonglen, son poderosas medicinas contra los efectos nocivos de los tres venenos.
La avaricia, o deseo, tiene sus raíces en el engaño de la escasez, por lo que puede remediarse con la práctica de la generosidad, o dana. Compartir nuestros recursos internos o externos con los demás nos aleja del miedo a no tener lo que necesitamos. La generosidad nos hace conscientes de la abundancia de tesoros materiales e inmateriales de los cuales disponemos en cada momento. La práctica del dar —ya sean posesiones, dinero, tiempo o nuestra presencia— nos ayuda a reconocer que tenemos más de lo que necesitamos. Cuando somos capaces de sentir que tenemos suficiente, que somos suficiente, la avaricia y el deseo disminuyen de forma natural.
Evadir el dolor es una forma de ignorancia.
El odio, o aversión, tiene su origen en la ilusión de que algunas personas o grupos existen en separación de nosotros. Esto puede remediarse con la práctica de la bondad amorosa o metta. Al cultivar conscientemente la buena voluntad tanto hacia nosotros mismos como hacia nuestros “enemigos”, neutralizamos el impacto de este veneno y abrimos un espacio en el que podemos tomar conciencia de las verdaderas raíces del odio en nuestras propias heridas. Como dijo James Baldwin: “Una de las razones por las que las personas se aferran tan obstinadamente a sus odios es porque intuyen que, una vez que el odio desaparezca, se verán obligadas a lidiar con el dolor”.
Evitar el dolor es una forma de ignorancia que también está arraigada en la ilusión de un yo separado. Puede remediarse con la práctica del tonglen, en la cual asumimos el sufrimiento de los demás y les enviamos sanación y bienestar.
Entre las causas y condiciones de la ignorancia, esta obnubilación de nuestra mente–corazón, se encuentra el trauma. Nuestra sociedad sufre de una amplia gama de traumas individuales y colectivos no procesados. De hecho, actualmente estamos experimentando el trauma colectivo de una pandemia mundial, al tiempo que empezamos a reconocer los efectos intergeneracionales del colonialismo y la casta étnica. Uno de los rasgos distintivos del trauma, independientemente de su gravedad, es que nos vemos aislados de nuestros recursos internos y externos por la creencia de que no únicamente estamos solos en nuestro sufrimiento, sino que somos culpables de él. Esta autoinculpación es, en realidad, una forma de odio interior que agrava la ilusión de separación.
El tonglen ayuda a neutralizar el veneno de la ignorancia al aumentar nuestra capacidad de aceptar el sufrimiento, tanto el propio como el de los demás. En una de las versiones de la práctica, imaginamos que tomamos el sufrimiento de los demás con nuestra inhalación y lo transformamos en energía sanadora, la cual irradiamos a través de nuestra exhalación. Esta práctica sencilla pero poderosa nos ayuda a tomar conciencia de la naturaleza compartida y colectiva del sufrimiento. Con el tiempo, la ilusión de un yo separado, que la vida ordinaria engendra y el trauma intensifica, comienza a disolverse, despertando nuestros corazones a la naturaleza interdependiente de nuestra existencia.
Las prácticas del corazón de dana, metta y tonglen contrarrestan cada uno de los venenos al tiempo que trabajan de forma integral para cultivar la sanación en nosotros mismos y en el mundo. Siempre que sintamos apego, aversión o confusión, podemos utilizar estas prácticas del corazón para conectar con la libertad que está disponible en cada momento y en cada respiración.
Kannon (en chino: Guanyin), la bodhisattva de compasión infinita, encarna el amor que salva a los seres del sufrimiento de los tres venenos. Como “Kannon del Sauce”, se le representa sosteniendo una rama de sauce, que simboliza la sanación. Kannon con Hábitos Blancos, Kawanabe Kyōsai, aprox. 1887. Colección Charles Stewart Smith, cortesía del Museo Metropolitano de Arte.
3. Soltar
La verdadera causa de los venenos y del sufrimiento que provocan es el apego, la manera en que nos aferramos a todo con tanta firmeza. El camino hacia la libertad, afirma Koun Franz, es la renuncia.
Desde el momento en que Siddhartha abandonó su palacio hasta ahora, el budismo ha sido, en su esencia, una práctica de renuncia. Narramos la historia del Buda como si hubiera renunciado a todo por el camino espiritual, pero, por supuesto, no es eso lo que hizo realmente. Abandonó una dirección de vida para poder tomar una nueva, un sueño espiritual envuelto en visiones de trascender el cuerpo. Eventualmente, tuvo que soltar eso también. Y lo mismo sucede con todos nosotros.
Cada uno de los tres venenos —apego, aversión e ignorancia— apunta al problema de aferrarse. En el caso del apego, es obvio. Ya sea el dinero, la identidad o simplemente nuestra propia explicación de cómo son las cosas, hay cosas de las que parece que no podemos desprendernos.
No se trata de lo bueno y lo malo.
La aversión es la otra cara de la moneda. Tenemos aversión a lo que no queremos porque intentamos aferrarnos a cómo nos gustaría que fueran las cosas. Y la ignorancia, para sostenerse, requiere de una especie de contracción en torno a nuestra visión actual de lo que es la realidad, o de lo que debería ser, o quizá de lo que no puede ser. Es cerrar el puño en torno a una narrativa concreta.
Así que la pregunta al comienzo del camino budista, y en cada paso consiguiente, es simplemente ésta: de las cosas a las que te aferras, ¿cuál temes soltar?
Digas lo que digas, tu respuesta revela quién crees que eres. ¿Serán objetos, como las cajas guardadas en el sótano que nunca abres, pero que tampoco te atreves a tirar? ¿Se trata de una narrativa sobre ti mismo, sobre aquello en lo que te estás convirtiendo o sobre lo que no puedes cambiar? O quizá sea un sistema de creencias que actúa como una especie de muleta emocional. Quizá sea el budismo en sí.
No se trata de lo bueno y lo malo. Aquello a lo que nos aferramos no es el problema en sí. Se trata de lo que crees que necesitas, de lo que temes dejar ir. Nada a lo que te aferres en este momento es algo que no puedas soltar. Absolutamente nada. Tus esperanzas, miedos y creencias son cosas que crees que te hacen ser tú, pero hasta que no los liberes, ellos tampoco te liberarán a ti. Lo mismo sucede con el apego, la aversión y la ignorancia: tampoco los necesitas, pero no sabes quién eres sin ellos.
Como Siddhartha, todos vivimos en palacios, pero son palacios de la mente. Son lo suficientemente grandes como para que podamos deambular por ellos eternamente, explorando quiénes somos, revisitando nuestras estancias favoritas. Cada minúsculo detalle parece crucial. ¿Por qué habríamos de irnos? Pero al final, un palacio no es más que muros, y no ver más allá de los muros significa no saber dónde estamos realmente. No sabemos quiénes somos realmente. Somos prisioneros de las cosas —las posesiones, las opiniones, las identidades— que creemos necesitar.
Siddhartha tuvo que salir, y también nosotros. No tiene por qué ser un acto grande. Simplemente vamos soltando una cosa a la vez hasta que nos resulta más fácil, y luego soltamos más, y más, hasta que, desnudos y con las manos vacías, podamos atravesar las puertas e ingresar al mundo. La renuncia no es más que la elección de la libertad.
4. Sabiduría
La verdad del interser —que todo lo que hay es la creación de todo lo demás— corta los tres venenos de raíz, afirma la Hermana True Dedication.
Interser es un término inventado por Thich Nhat Hanh para describir la profunda interconexión de todas las cosas: que nada puede existir por sí mismo; sólo puede inter-ser con todo lo demás.
Así pues, cuando en el budismo hablamos del “no yo” o de la “vacuidad”, lo que queremos decir es que no existen las entidades permanentes, separadas e independientes. Todo está compuesto por elementos que no son el objeto mismo. Y del mismo modo en que una flor está compuesta sólo por elementos que no son flor (sol, lluvia, semillas, tierra, etc.), tú y yo estamos compuestos sólo de elementos que no son nosotros mismos.
Lo mismo ocurre con los llamados tres venenos. El deseo, la ira o las percepciones erróneas que podemos experimentar hoy han surgido por causas y condiciones infinitas. No son entidades separadas. Profundizar en los tres venenos desde la perspectiva del interser nos ayuda a identificar cómo surgieron y qué los sostiene hoy en día. Esto nos permite transformarlos de raíz.
Por ejemplo, puedes tener la idea de que eres una persona iracunda. Pero, ¿estás seguro? A la luz de la perspectiva del interser, tu enojo puede tener algo que ver con el enojo de tus padres, o con el de tu pareja. Puede haber sido “alimentado” por la ira y la frustración en la conciencia colectiva que te rodea, o por las cosas que has visto, leído u oído.
Sé que la resistencia es una victoria.
Es importante no ver a los tres venenos como cosas separadas: están íntimamente relacionados con las demás aflicciones que experimentamos. Por ejemplo, el odio puede interrelacionarse con el miedo (tenemos miedo a la otra parte y por eso la odiamos y queremos eliminarla). O puede que la sensación del deseo esté interrelacionada con la ansiedad (deseamos algo porque queremos encubrir la ansiedad).
Tomemos por ejemplo la tendencia a consumir de forma adictiva o compulsiva. Esto es muy natural en nuestros tiempos. La energía de la atención plena nos da la oportunidad de intervenir en esta acción y restaurar nuestra voluntad y libre albedrío. Tal vez la sensación que desencadenó el deseo sea casi imperceptible, pero con la atención plena podemos al menos hacernos las preguntas: “¿De qué tengo hambre realmente? ¿De qué estoy sediento? ¿Qué estoy evitando? ¿Qué es lo que realmente quiero en este momento?”
El deseo ha surgido por una razón. No es una “cosa” por sí misma. A la luz del interser, tenemos la oportunidad de sentir curiosidad al respecto. A veces incluso me pregunto: “¿Quién busca algo para encubrir el dolor?”. Estas preguntas se convierten en koanes. En mi práctica, he descubierto que mi deseo de comer viene de mi abuelo paterno. Y, en ocasiones, el repentino deseo de una bebida fuerte no viene tanto de mí (ya que no bebo alcohol desde hace más de una década), sino de mi abuela paterna que busca algo, cualquier cosa, para adormecer su dolor.
El consumo se ha convertido, durante muchas generaciones, en una forma de controlar el dolor. Así que, si queremos cambiar estos hábitos, nos enfrentamos a una gran cantidad de energía, pero el mero hecho de conocer su magnitud hace que el reto sea más llevadero.
He descubierto que la práctica de parar por completo —relajar el cuerpo, seguir la respiración y soltar— puede ser la clave de la libertad. A veces incluso podemos hablar con nuestros antepasados en nuestro interior. En el momento en que me detengo, puedo dejar de aferrarme, escuchar lo que sucede en mi interior y darme cuenta de lo que realmente necesito. Aunque las probabilidades estén en mi contra, cada vez que soy capaz de parar, cambiar de rumbo y satisfacer esas necesidades más profundas, sé que la resistencia es una victoria, y lo es para mí, para mis amigos y para mis antepasados. A la luz del interser, una pequeña acción puede transformar toda la situación, incluso a través del espacio y el tiempo.
La deidad meditativa Vajrasattva, que en la tradición tibetana purifica la mente del ego y de los tres venenos. Puedes visualizar a Vajrasattva encima o delante de ti limpiándote con luz blanca, o puedes conectar con tu pureza primordial visualizándote a ti mismo como la deidad. Pintura de Vajrasattva por el artista Prem Lama de Nepal. Fotografía de Art Directors & TRIP / Alamy Stock Photo
5. Transmutación
Por destructivos que sean, la verdadera naturaleza de los venenos es la sabiduría, enseña Judy Lief. Cuando experimentamos eso, se transmutan en medicina.
La función de la práctica budista en su integridad es domar a la mente y apaciguar el bullicio de las emociones negativas.
Tales emociones son poderosas. Pueden dominarnos fácilmente y, una vez que lo hacen, nos conducen de forma sumamente natural a comportamientos perjudiciales hacia nosotros mismos o hacia los demás. Así que la pregunta es, ¿cómo trabajamos con esas emociones para prevenir o disminuir el daño que causan?
Tradicionalmente, las muchas y variadas formas de emociones negativas se remiten a un trío primario: la pasión, o aferrarse a lo que se desea; la agresividad, o alejar lo que no se desea; y la ignorancia, o fingir no ver lo que se prefiere evitar. En general, las energías emocionales negativas están marcadas por el aferramiento y la lucha y por un fuerte sentido de sujeto y objeto, o dualidad.
En el Vajrayana, una tradición budista tántrica, hay muchas maneras de trabajar con estas energías emocionales negativas, las cuales proliferan como malas hierbas invasoras. Una solución es cortar la maleza. Eso funciona durante un tiempo, pero siguen volviendo. Un enfoque más eficaz es desenterrarlas, arrancarlas desde la raíz. Por ejemplo, si agudizamos nuestra conciencia y disminuimos la velocidad de nuestra mente a través de la meditación, podemos captar estas emociones en el momento en que surgen, antes de que estallen y nos abrumen.
La base de la transmutación es un sentido de sacralidad primordial.
Pero con el tiempo, a medida que nos familiarizamos con nuestro patrón emocional particular, podemos ser menos agresivos en nuestro enfoque. No tenemos que verlo todo en términos de cortar o cavar. Sabemos qué hacer y no necesitamos pelear. Nos damos cuenta de que nuestras emociones no son tan sólidas, y entonces tenemos la ventaja. Dejan de engañarnos, por lo menos en parte. Son lo que son, y podemos lidiar con ellas.
Todas estas prácticas para tratar las emociones negativas preparan el terreno para trabajar con la práctica de Vajrayana de la transmutación. La transmutación es como la alquimia: es convertir el veneno en medicina, la confusión en sabiduría.
La base de la transmutación es un sentido de sacralidad primordial que abarca tanto el samsara como el nirvana, tanto el sufrimiento como la iluminación. Para que crezca ese sentido de sacralidad no dual, necesitamos estar en el punto, no atrapados en esto o aquello, en el pasado o en el futuro.
La transmutación es sutil. En un canto tradicional conocido como los Cuatro Dharmas de Gampopa, pedimos bendiciones “para que la confusión amanezca como sabiduría”. La imagen del amanecer evoca la cualidad de ver las cosas de forma gradual y natural, más clara y genuina.
En la práctica de la transmutación, aumentas o intensificas deliberadamente una emoción en lugar de intentar dominarla. Normalmente, las emociones dependen mucho de un objeto: “Te odio a TI”, “quiero ESO”. Pero en la práctica de la transmutación, no hay emisor de emociones ni objetivo de esas emociones. Esa división se desploma y sólo queda la emoción en sí. Invitamos a la emoción negativa a que se muestre en todo su esplendor, y lo que suavemente amanece ante nosotros es su verdadera naturaleza: energía de sabiduría pura. El veneno se ha transformado en medicina.
ACERCA DE MELVIN ESCOBAR
Melvin Escobar es maestro budista y ejerce como Maestro Principal en el Centro de Meditación de East Bay, cuenta con una maestría en Trabajo Social y también es instructor de yoga registrado (RYT-200).
ACERCA DE MELVIN MCLEOD
Melvin McLeod es el redactor en jefe de la revista Lion’s Roar y de Buddhadharma.
ACERCA DE NARAYAN HELEN LIEBENSON
Narayan Helen Liebenson es maestra guía en el Cambridge Insight Meditation Center.
ACERCA DE LA HNA. TRUE DEDICATION
Antes de ordenarse, la Hermana True Dedication, trabajó como periodista para BBC News en Londres. En la actualidad edita libros de Thich Nhat Hanh, entre ellos Zen and the Art of Saving the Planet (Zen y el Arte de Salvar el Planeta) y The Art of Living (El Arte de Vivir).
ACERCA DE KOUN FRANZ
Koun Franz es sacerdote Soto Zen. Dirige la práctica de Thousand Harbours Zen en Halifax, Nueva Escocia
ACERCA DE JUDY LIEF
Judy Lief es maestra budista y editora de numerosos libros de enseñanzas del difunto Chögyam Trungpa Rinpoche. Es la autora de Making Friends with Death. Sus enseñanzas y su nuevo podcast, “Dharma Glimpses”, están disponibles en judylief.com.
ACERCA DE ESTEFANIA DUQUE (TRADUCTORA)
Estefania es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente cursa un Programa de Formación de Traductores de Tibetano en Dharma Sagar, con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español.