Era la primera visita de este monje birmano a Estados Unidos, y mi primera visita real con un monje. Se hospedaba en una casa en los suburbios de Chicago para enseñar meditación anapanasati —la “observación de la respiración”— a quien se interesara. Yo estaba deseoso por aprender a meditar (sin estallar de risa, como la primera vez que lo intenté), así que me invitó a pasar unos días con él.
Aquellos cinco días de finales de octubre fueron todo un intercambio cultural. El monje me enseñó a observar mi respiración: inhalar, exhalar, inhalar, exhalar… Y si mal no recuerdo, yo logré que viera Star Wars.
La mañana del 31 de octubre, algo desconectado del mundo, recordé de repente que era Halloween. Le expliqué que quizá esa noche llegarían niños a pedir dulces y que debíamos estar preparados. Como él nunca antes había oído hablar del Halloween, me pidió que se lo explicara, cosa que hice.
Le conté todo sobre la festividad: de los fantasmas, duendes, disfraces, esqueletos…
-¡Esqueletos! -, exclamó de repente. -Eso es maravilloso, ¡maravilloso! En Birmania hacemos la meditación del esqueleto. Muy bien, muy bien. ¡Debemos conseguir un esqueleto! Continúa. –
Entonces le expliqué la tradición de pedir dulces.
-Oh, eso es maravilloso. Tantas oportunidades para dar. Debemos tener muchos dulces para los niños y decirles a todos que vengan aquí. Maravilloso, ¡maravilloso! –
Así pues, nos subimos al auto y lo llevé a una gran tienda de descuento. O por lo menos lo intenté: llovía a cántaros y los limpiaparabrisas se nos atascaron, así que no podía ver nada. Nos perdimos y acabamos en una carretera que yo no quería tomar.
-No importa-, me dijo, tranquilizándome con una sonrisa serena. -Esto es maravilloso. Ahora puedo conocer más de la ciudad. Está muy bien. –
Cuando por fin encontramos la tienda, lo llevé al pasillo de Halloween, donde escudriñó cuidadosamente los esqueletos para encontrar uno que sirviera mejor a nuestro propósito. ¿Y cuál sería exactamente ese propósito? No estaba seguro de si íbamos a colgar el esqueleto en el exterior de la puerta principal o sentarnos frente a él con las piernas cruzadas, contemplando nuestra propia mortalidad. Al final se decidió por el más grande que pudo encontrar, un esqueleto colgante de metro y medio hecho de huesos de cartón en blanco y negro que también brillaba en la oscuridad. Compré tantas bolsas de dulces como pude costear con el dinero que tenía a mano (elegí mis marcas favoritas, por supuesto).
Ya había algunas personas disfrazadas comprando suministros de última hora. Mi amigo el monje llevaba la misma túnica marrón rojizo de todos los días, que lo envolvía como una toga plisada, y unas sandalias de goma totalmente inadecuadas para el clima otoñal. En la fila de la caja, recibimos muchas miradas perplejas y cejas levantadas mientras la gente intentaba averiguar de qué se suponía exactamente que iba disfrazado el hombre.
Cuando volvimos a la casa, mi amigo monje empezó a empujar las bolsas de medio kilo de golosinas sin abrir contra las ventanas.
-Pero, ¿qué haces? – Pregunté, sorprendido.
-Esto es para que los niños sepan que tenemos dulces para ellos-, dijo, radiante de orgullo.
-Cuando vean los dulces, vendrán aquí. –
Le expliqué que tener las luces encendidas probablemente sería señal suficiente y que colgar el esqueleto en la puerta también sería, pues… un indicio inequívoco. Le sugerí que pusiéramos los dulces en una bandeja, pero insistió en que dejáramos al menos una bolsa donde fuera más probable que los niños la vieran. Colocó el resto en una ensaladera grande.
Finalmente, poco después del anochecer, llegaron los primeros niños.
-¡DULCE O TRUCO! -, gritaron las vocecitas cuando el monje abrió la puerta, y sus ojos se abrieron de par en par. -¿Qué se supone que eres? -, le preguntaron, levantando la vista, asombrados y desconcertados por su disfraz.
-¡Soy un monje budista! – dijo él, sonriendo. Los niños no entendieron a qué se refería, pero rápidamente llevaron su atención a los dulces que se les ofrecían.
-Llévense más, ¡llévense más! – les insistió. -Debemos dar siempre que queramos recibir. –
Tras cerrar la puerta, se volvió hacia mí con una sonrisa radiante.
-Toda mi vida he llevado un cuenco para pedir. Pero éste no es un cuenco para pedir. ¡Hoy tengo un cuenco para dar! Maravilloso, maravilloso. ¡Me encanta el Halloween! –
Al día siguiente, mi amigo monje se sentó y observó serenamente el esqueleto que brillaba en la oscuridad, contemplando su propia mortalidad, mientras yo me comía las barritas de chocolate sobrantes, contemplando mi peculiar Halloween budista.
ACERCA DE PETER ARONSON
Peter Aronson es un periodista independiente y antiguo colaborador de la NPR que reside actualmente en Dharamsala. Además de escribir, asiste a cursos de budismo en la Biblioteca de Obras y Archivos Tibetanos.
ACERCA DE ESTEFANIA DUQUE (TRADUCTORA)
Estefania es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente cursa un Programa de Formación de Traductores de Tibetano en Dharma Sagar, con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español.