Cuando la mayoría de nosotros pensamos en el budismo, es probable que no lo concibamos inmediatamente como una “enseñanza de imágenes” y, sin embargo, en el periodo inicial de la transmisión del budismo a China, encontramos referencias chinas al budismo que lo señalan exactamente como tal. Aún si alguna vez hemos experimentado personalmente la sensación de serenidad y bienestar que irradian de las estatuas del Buda, es posible que no asociemos al budismo con imágenes. Muchos lo consideran como una tradición centrada en prácticas meditativas o contemplativas. O a menudo escuchamos la noción: “es una filosofía”, junto con el argumento más contemporáneo: “es una ciencia de la mente”. Pero todas las culturas budistas, a lo largo de la difusión de la tradición por Asia y ahora por Occidente, han desarrollado una rica cultura material centrada en las imágenes del Buda.
Algunas de las primeras fuentes chinas definieron el budismo como “xiang jiao“, literalmente la “enseñanza” o incluso la “religión” (jiao) de las “imágenes” (xiang). Y fue este aspecto —las imágenes budistas— el que llamó la atención de los chinos en el siglo II. De hecho, los diversos relatos sobre la expansión del budismo desde la India a otras partes de Asia siempre incluían el traslado de imágenes budistas —estatuas, pinturas— y otros objetos como restos sagrados (reliquias), objetos rituales y libros sacros. Aunque es probable que el xiang jiao se utilizara para resaltar la “foraneidad” del budismo en China y su origen xenófobo, no debemos negar el papel central de las imágenes en el budismo, tanto en el pasado como en el presente.
Al igual que el cuerpo físico del Buda y las posteriores estatuas de él tienen poder —poder para recordar a los budistas al Buda y sus cualidades, poder para instruir, poder para inspirar e incluso para proteger—, las escrituras budistas que llegaron a diversos territorios nuevos fueron apreciadas tanto por su materialidad como por las enseñanzas liberadoras que portaban. Las escrituras budistas eran, ante todo, objetos materiales que irradiaban poderes de protección, mérito y bendiciones.
Podemos apreciar cómo todas las culturas budistas a lo largo de la difusión del budismo han expresado y respondido al poder de las imágenes. El hecho de que nosotros en el Occidente no consideremos tan fácilmente el uso de imágenes como un aspecto central de la práctica budista nos dice más sobre nuestro propio contexto actual que sobre la tradición budista en sí. La antigua observación (o etiqueta) china del budismo como una “religión/enseñanza de imágenes” informa y potencializa nuestra propia práctica. Las imágenes del Buda son, de hecho, imágenes del estado despierto. Las imágenes del Buda se convirtieron en imágenes del Buda histórico, Shakyamuni, tan sólo cuando éste dejó de estar disponible como presencia física. Éstas imaginaban al Buda.
Todas las tradiciones budistas coinciden en que todos los budas poseen un conjunto único de rasgos físicos codificados como las treinta y dos marcas físicas mayores y las ochenta menores, mismas que indican un conjunto de ciento doce cualidades interiores. Varios sutras establecen las correspondencias entre cada marca física concreta de la forma de un buda con una cualidad interior específica. La forma física de un buda se convierte así en una ventana que nos permite percibir las cualidades internas de un buda. Así pues, ver a un buda es ver las cualidades búdicas. Ver las marcas de un buda es ver el dharma. Las marcas y signos físicos que tenía el Buda Shakyamuni pueden entenderse como la “imagen” original del despertar atemporal, en la medida en que reflejaban las buenas cualidades internas que, de otro modo, no estaban al alcance de los espectadores inexpertos y casuales. Por cada persona que vio al Buda histórico y se dio cuenta de la importancia de lo que estaba viendo y actuó en consecuencia, hubo muchas otras que no vieron a Siddhartha, el “príncipe desertor”, como alguien especial, y mucho menos “despierto” o “iluminado”. La encarnación temporal de Siddhartha del estado despierto atemporal estaba al alcance de los afortunados que nacieron en el lugar y el momento adecuados, gracias a que su acervo de buen karma maduró en el momento oportuno. Los que nacieron y vivieron en las llanuras del Ganges de la India central en la época del Buda histórico le vieron y oyeron y, lo que es más importante, comprendieron lo que vieron y oyeron. Tras su muerte, cuando el Buda histórico ya no estaba disponible como presencia física, sus reliquias (restos incinerados) y, más tarde, las estatuas del Buda, sirvieron como representación del estado Despierto atemporal. A medida que la cultura material se desarrollaba en la India, también lo hacía la cultura material budista en forma de imágenes del Buda. Los artículos materiales anteriores que sugerían la presencia del Buda, tales como un trono vacío —la ironía de resaltar la aparente ausencia del Buda para señalar su presencia ulterior—, así como los árboles de bodhi, las huellas idealizadas del Buda o la rueda del dharma con sus ocho picos, quedarían eclipsados por la proliferación de imágenes del Buda.
Más allá de las estatuas del Buda como imágenes del estado despierto, las escrituras budistas en forma de textos físicos son igualmente imágenes del dharma. Las formas visuales de las palabras escritas primero e impresas después en papel son imágenes manifiestas y temporales del dharma inmutable que, de otro modo, quedaría oculto a nuestra mente actualmente oscurecida. Al igual que el cuerpo físico del Buda y las posteriores estatuas de él tienen poder —poder para recordar a los budistas al Buda y sus cualidades, poder para instruir, poder para inspirar e incluso para proteger—, las escrituras budistas que llegaron a diversos territorios nuevos fueron apreciadas tanto por su materialidad como por las enseñanzas liberadoras que portaban. Las escrituras budistas eran, ante todo, objetos materiales que irradiaban poderes de protección, mérito y bendiciones. En particular, los sutras Mahayana como el Sutra del Loto y los diversos sutras del género de la Perfección de la Sabiduría contienen copiosas descripciones y prescripciones para relacionarse con ellos como potentes objetos materiales de veneración y adoración. Los sutras dedicados a los encantamientos dharani exaltan especialmente el poder no sólo de los sonidos de los dharanis cuando se vocalizan, sino también el poder de la materialidad de estos dharanis: uno debe copiar, tallar y grabar estos dharanis en telas, pilares y stupas para que puedan aportar beneficios tanto espirituales como mundanos. En la tradición pali, existe la práctica de escribir versos de protección conocidos como parittas en papel, tela y láminas de cobre para llevarlos sobre el cuerpo como protección. La tradición del sak yant o tatuaje sagrado en las culturas budistas del sudeste asiático convierte el cuerpo de los creyentes en el soporte para inscribir poderosos fragmentos de textos del dharma. Mientras tanto, en los sutras y dharanis del Mahayana, se nos ordena consagrarlos, circunvalarlos y hacerles ofrendas de luz, incienso, flores, telas y perfume. Los textos de dharma son imágenes del dharma inmutable y, por tanto, llevan en sí el poder del dharma inmutable. De hecho, los textos de dharma también deberían consagrarse en stupas, ya que son “reliquias dharmakaya” y, en algunos contextos, se consideran incluso más potentes que las reliquias físicas reales (es decir, nirmanakaya) del Buda histórico o de sus grandes discípulos.
Así pues, ver al Buda y ver el dharma es posible gracias a las estatuas del Buda y los textos de dharma. El Buda consoló a sus discípulos cuando estaba a punto de morir diciéndoles “quien ve el dharma me ve a mí, y quien me ve a mí ve el dharma”. Ver el dharma es ver al Buda y, del mismo modo, ver al Buda es ver el dharma. Y ver a ambos nos es posible gracias a las imágenes. Así que quizá no debería sorprenderme —y tampoco a ti— que tantos nuevos budistas o personas afines al budismo que he conocido hayan mencionado el ver una imagen del Buda como un encuentro inicial pero consecuente con el dharma. Vieron al Buda y, con el tiempo, vieron el dharma. Y al ver el dharma, ven al Buda.
ACERCA DE LAMA HUN LYE
Lama Hun Lye creció en Malasia y tiene un doctorado en Estudios de la Religión por la Universidad de Virginia. Hun es lama en la tradición Drikung Kagyu y fue nombrado Dorjé Lopön (lit. “maestro-vajra”) por S.S. Drikung Kyabgön Chetsang Rinpoché en 2013. Es fundador de Urban Dharma NC y de Drikung Dharmakirti International Sangha.
ACERCA DE ESTEFANIA DUQUE (TRADUCTORA)
Estefania es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente cursa un Programa de Formación de Traductores de Tibetano en Dharma Sagar, con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español.