“Me avergüenza decir esto, pero soy una mala budista”. Esta fue la confesión de Rachel a nuestro grupo budista al final de nuestra sesión de meditación semanal. La meditación no ha hecho que se termine su sufrimiento, así que ella tenía que estar haciendo algo mal. Después de años de practicar, su preocupación con su yo se ha negado tercamente a irse, así que tenía que ser una mala budista.
Para el alivio de Rachel, todos en el grupo hicieron un gesto de reconocer su afinidad. Ella tuvo el valor de hablar del lado oscuro de la promesa budista de lograr la sanación, –basada en la concepción errónea de que si tu práctica no te quita el sufrimiento, entonces algo anda mal con tu práctica.
Para aquellos que se embarcan en el Óctuple Sendero del Buda, su promesa de sanación puede parecer como el famoso dar gato por liebre. La carnada es que, de una vez por todas, la práctica budista nos va a salvaguardar del dolor de la vida. El cambio viene cuando vemos que el enemigo somos nosotros –que el pequeño yo que juzga y se aferra es la fuente de sufrimiento de la cual el Buda nos prometió aliviar.
En la meditación, un involucramiento profundo en el momento presente se experimenta comúnmente como un acto de suavizar o desaparecer el sentido de yo, un sentido de unidad con el mundo que alivia la soledad y el aislamiento.
En nuestro grupo Zen, cantamos los cuatro recordatorios. Estos nos hacen recordar las verdades del pequeño yo –que cada uno de nosotros se enferma, envejece, y va a morir. Algunas personas huyen tan rápido como pueden de estos hechos “sombríos”, pero para otros, el acto de hablar estas verdades es un bálsamo para el alma. Cuando los reconocemos, podemos dejar ir parte de las demandas imposibles que hacemos de la vida; reconocemos nuestro predicamento humano compartido, y empezamos a descubrir un yo más amplio que es espacioso, que siempre está cambiando y que no tiene límites.
El descubrimiento de este yo más amplio sucede para muchos de nosotros a través de la simple práctica meditativa de estar presente; sea que estemos sentados en un cojín o caminando en una banqueta. En las palabras de Dogen, es en los momentos cuando “el cuerpo y la mente propios se disipan” que experimentamos un sentido de espaciosidad e interconectividad que nos trae un muy bienvenido alivio del sufrimiento del yo pequeñito. ¿Pero cómo funciona esto?
Tengo el privilegio de mirar la experiencia de ser humano a través de tres lentes diferentes. Como psiquiatra, comparto una parte de las vidas de personas que vienen a mi consultorio deseando profundamente que se les conozca y ser comprendidas. Como investigador, he guiado y cuidado el estudio de ochenta y cuatro años acerca de la vida adulta y la felicidad conocido como Harvard Study of Adult Development [Estudio de Harvard del Desarrollo del Adulto], viendo como cientos de caminos de vida individuales progresan desde la adolescencia hasta la edad madura. Y como practicante Zen, veo los surgimientos en mi propio corazón y mente a medida que lucho para traer mi consciencia al momento presente.
Continuamente me encuentro asombrado de cómo estas tres ventanas a la existencia humana –la psicología, la experiencia de la vida de las personas, y el dharma –todas hacen eco de lo que Hongzhi llamó “la larga y extensa lengua de las enseñanzas del Buda”. Quizás la convergencia más fuerte está en sus revelaciones acerca de la conexión entre el sufrimiento y la naturaleza del yo que experimentamos.
Todas las tres fuentes de evidencia nos dicen que la preocupación con el yo pequeño –el sentido de nosotros mismos como algo fijo, que no cambia e independiente– nos hace sufrir.
En la práctica de meditación, vemos cómo la mente que está absorta en sí misma frecuentemente nos lleva hacia reinos de dolor emocional de los cuales parece que no podemos escapar. En esos momentos, estamos atrapados en lo que David Foster Wallace hábilmente etiquetó como “nuestros diminutos reinos propios del tamaño de nuestro cráneo”. En psiquiatría, reinos enteros de enfermedad mental están definidos por una preocupación central con un sentido sellado herméticamente del yo plagado por miedo (desorden de ansiedad), desesperanza (depresión), y una constante sensación de ser inadecuado (narcisismo). Y en nuestra propia investigación de nuestro periodo de vida, cuando le pedimos a miembros del estudio en sus años ochenta y tantos el ver aquello de lo que más se han arrepentido en sus vidas, su lamento más frecuente fue, “quisiera no haber pasado tanto tiempo preocupándome de lo que otros piensan de mí”.
Ese es el aspecto negativo –cuánto sufrimiento causa el yo pequeño, sólido y separado. En la otra cara de la moneda, estos tres modos de conocer más acerca de la vida nos dicen que la experiencia que sentimos de un yo más espacioso, fluido e interconectado, es el fundamento del bienestar.
En la meditación, el involucrarnos profundamente con el momento presente se experimenta comúnmente como un suavizar o desaparecer el sentido del yo; un sentido de unicidad [o ser uno] con el mundo que alivia la soledad y el aislamiento. En mi consultorio, la sanación que sucede a través de la psicoterapia casi siempre incluye el alivio de una sensación de ser única o especialmente defectuosos; una sensación que se reemplaza por el reconocimiento de la humanidad que cada uno de nosotros comparte con todos los demás. Y cuando se les preguntó a nuestros participantes de la investigación en sus años ochentas acerca de qué estaban más orgullosos cuando pensaban acerca de su vida, la fuente más común de orgullo fue el dedicarse a otras personas (parejas, hijos, colegas) y a causas más grandes que el pequeño yo.
Cada una de estas prácticas –meditación, psicoterapia y el entender nuestras historias de vida– es una acción correctiva. El Buda entendió que la mente del yo individual; la cual es muy útil para planear una comida o construir una casa, constantemente nos engaña haciéndonos creer que somos separados y estáticos. Él supo que necesitamos recordatorios constantes de la verdad de nuestra naturaleza ilimitada, a través de prácticas que nos saquen una y otra vez del engaño persistente de que estamos solos en nuestro espléndido y miserable aislamiento.
No somos malos meditadores o malos budistas cuando estamos atrapados en nuestros pequeños reinos del tamaño de nuestro cráneo. La promesa del Buda no fue que la práctica nos traería una cura permanente, o que la preocupación con el yo pequeño algún día se iría por completo. La promesa de la práctica es que podemos integrarnos a otros en el camino de despertar del sueño de un yo pequeño y separado; un despertar que nunca se termina. Las comunidades dedicadas a salvar a todos los seres son los lugares donde despertamos, viviendo en la verdad de nuestros yo más amplios y recordándonos unos a otros que esta realización es exactamente la medicina que necesitamos.
ACERCA DE ROBERT WALDINGER
Robert Waldinger es un psiquiatra y psicoanalista que dirige el Harvard Study of Adult Development. Es un sensei en Boundless Way Zen, y guía la Sangha Henry David Thoreau.
ACERCA DE THUBTEN KHANDRO
thubten khandro es una yoguini budista tibetana, bailarina, poeta y traductora originaria de México. Desde el 2013 es alumna de Yongey Mingyur Rinpoche y forma parte de la Comunidad de Meditación de Tergar. Ha publicado dos libros de poesía de dharma; bird yes y Sunbird. Actualmente da clases de yoga y comparte poesía y danza a través un boletín electrónico mensual.