Hace veinte años, cuando llegué por primera vez al monasterio Pullahari en las colinas con vistas de Boudhanath, ya había completado un posgrado en biología y había dejado mi carrera de abogado en Silicon Valley, cuya la burbuja tecnológica estalló ostentosamente detrás de mí mientras volaba hacia Nepal. Si había algo que sabía hacer, era estudiar.
Quería saber. No estar pegada a las faldas de los que decían que sabían. No asumir que sabía. No esperar, ni pensar, ni creer que sabía. Quería conocer el dharma con inmediatez y profundidad, desde las entrañas de mi cuerpo. Dicen que el conocimiento es poder. Yo buscaba empoderarme.
Encontré el Instituto Rigpe Dorje para Estudiantes Internacionales en manos del brillante erudito y lama, Drupon Khenpo Lodro Namgyal. En este programa intensivo de filosofía y meditación concebido por Su Eminencia el Tercer Jamgon Rinpoche y desarrollado por Kyabje Khenpo Tsultrim Gyatso Rinpoche después del fallecimiento de Rinpoche en 1992, la exquisita delicadeza de Drupon Khenpo al unir la teoría y la práctica, y al alentar el compromiso individual basado en principios del dharma, hizo que cambiara mi enfoque del estudio y la práctica budistas de una fascinación objetiva a una exploración personal. Esto cambió mi vida.
Y todo comenzó con tres palabras familiares en apariencia: Escuchar. Contemplar. Meditar.
Puede que los estudiantes de dharma experimentados en las tradiciones budistas hayan escuchado alguna versión de esta instrucción. No parece haber mucho detrás de estas tres palabras sencillas. Y hasta cierto punto, es verdad. ¿Quién no tiene alguna comprensión de lo que significa cada uno de estos términos? Son tan simples—y nosotros tenemos tanta seguridad de entenderlos—que puede ser que nunca se nos ocurra cuestionarlos.
Así que escuchamos las enseñanzas, o las leemos. Luego pensamos en ellas. Tal vez se las mencionamos a otros, en los siguientes días o semanas. Los puntos que nos tocan profundamente, podemos atesorarlos y compartirlos durante meses e incluso años, aunque ya no recordamos el contexto completo. En algún momento u otro, meditamos, utilizando cualesquiera de las varias técnicas budistas.
Y ahí está el problema.
Esta expresión de tres términos cotidianos es una abreviación. El ritmo de la practica en acción es mucho más que el staccato implícito en los trazos mecánicos y secuenciales de “Escuchar. Contemplar. Meditar,” con cada término distinto y separado de los demás. Esta cualidad telegráfica de la frase contradice la práctica profunda y entrelazada para integrar el buddhadharma.
No es extraño, entonces, que me tomó algún tiempo darme cuenta de que escuchar significaba más que escuchar. Lo mismo para contemplar y meditar. Más aún la combinación de los tres. Las palabras parecían simplistas, demasiado humildes para llegar a mi elevada aspiración de encarnar el dharma.
Pero gracias a la descripción meticulosa presentada por Drupon Khenpo del funcionamiento de “la práctica triádica de escuchar, contemplar y meditar” (Tib. thos bsam sgom gsum), con el tiempo, comprendí. Esta “práctica de integración del dharma”, como he llegado a llamarla, me bajó a la tierra, cimentándome y enraizándome en las palabras del Buda, sirviendo como un faro para comprometerme profundamente con el dharma, vivirlo vibrantemente, y tomarlo en cuenta desde la médula de mis huesos.
Después de décadas de estudio, práctica, traducción de textos, interpretación oral, un retiro de Vajrayana de tres años y enseñanza del dharma, valoro este método sobre todo por su accesibilidad universal y su notable eficacia al encontrarnos donde estamos, trayendo el buddhadharma a nuestras vidas con autenticidad y alegría.
En mi experiencia con mi propia práctica, así como al guiar a otros, no hay nada ni remotamente estático en esta práctica triádica. Más bien, la práctica es un proceso dinámico, transformador y profundamente personal, incluso íntimo.
Preludio
La frase elíptica “escuchar, contemplar, meditar” funciona como un mnemotécnico: cada término en la tríada señala un contexto incrustado. Cada uno es la punta de un iceberg de dharma que recompensa una expedición de descubrimiento.
Abundan las metáforas para transmitir el aspecto físico de recibir enseñanzas, revisarlas en la mente, y absorberlas en nuestro corazón: ingerir, digerir y absorber alimentos. Meterse, sumergirse y beber el agua de un lago prístino de montaña. Cortar, frotar y quemar mineral, como un orfebre evaluando el mineral para probar el oro.
Simbolizando el paso del saludo al reconocimiento hasta el dominio de las enseñanzas del Buda, estas imágenes evocadoras denotan un proceso gradual de cultivar familiaridad, el significado central del tibetano sgom (Skr. bhavana), generalmente traducido como “meditación”. Pero ¿con qué, exactamente, nos estamos familiarizando?
Escucha, contempla, medita. Este proceso nos familiariza con prajna, el conocimiento preciso intrínseco de la mente. Gradualmente, invoca, infunde e incorpora el prajna orgánicamente, lo que produce una independencia en el dharma que, sin embargo, permanece basada en enfoques confiables para encarnar las enseñanzas del Buda. Una ortodoxia radical, por así decirlo.
Siendo una destilación de la tecnología contemplativa del Buda, que comienza desde nuestras incursiones iniciales en el pensamiento budista, escuchar, contemplar, meditar es una práctica que nos acompaña a lo largo del camino, alcanzando su máxima expresión en la realización, la trascendencia de las palabras, y en una experiencia sin mediación de la realidad a la cual prajna nos orienta.
¿Cómo puede ser posible desarrollar tal cosa?
Escuchar
“Escuchar” significa asimilar las palabras de las enseñanzas. Nuestra atención se dirige hacia el exterior, saludando las palabras a medida que nos llegan: de un maestro en persona, o un texto clásico, un libro moderno, un video de YouTube, o lo que sea. Esta es la etapa de entrada, a veces traducida como oír o estudiar.
Hoy en día, esta fase puede o no tener un carácter activamente auditivo. No obstante, encuentro valor en retener el sentido de la fisicalidad y la resonancia auditiva con la tradición oral en la que se arraigan las enseñanzas del Buda. Al imaginarme entre la sangha escuchando al Buda, los arhats, y los bodhisattvas presentando las enseñanzas, me inspiro a ser tan receptiva como ellos, preparada y lista para llevar las enseñanzas a la experiencia.
Adoptar el elemento de escuchar en la práctica de integración del dharma se reduce precisamente a eso: fomentar la receptividad. Comienza mucho antes de que los oídos empiezan a temblar, con una comezón en el corazón que busca la verdad, lo que nos lleva a encontrar a un maestro confiable, de quien escuchamos las palabras del dharma.
La urgencia del corazón produce una inclinación natural hacia la enseñanza. Inclinándonos para escuchar, le prestamos atención, con nuestro interés lo suficientemente poderoso como para sofocar la distracción antes de que gane una fuerza notable. En esta atmósfera, sigue la retención de las enseñanzas, que puede manifestarse como recordar la sustancia con claridad o incluso ser movido para memorizarlas en total o tal vez parte de ella.
Así, escuchar, en el contexto de escuchar, contemplar, meditar, tiene un carácter multidimensional; es más que simplemente oír. El enfrentamiento directo a las palabras es esencial para asentar una base estable para las etapas siguientes.
La práctica de escuchar incluye aclarar la terminología de las enseñanzas, particularmente cuando se trata de la terminología especializada del dharma. Esta etapa asegura que disipemos conceptos erróneos y desarrollamos una comprensión sólida del significado de las palabras según lo previsto en la enseñanza proporcionada.
Esto puede incluir el descubrir connotaciones personales que tengamos con las palabras utilizadas en la enseñanza. Cuando estas no están sincronizadas, podemos incorporar palabras adicionales que también transmiten el significado con precisión y resuenan más para nosotros personalmente. La intención aquí no es apropiarse de la herencia lingüística del dharma para que coincida con nuestros puntos de vista. Más bien, el propósito es penetrar en el significado pretendido con inmediatez, estimulando el corazón.
El proceso de escuchar es expresado hacia el exterior, enfocado en un maestro o enseñanza, y al hacerlo, llegamos a la comprensión semántica: una comprensión precisa y básica de la terminología. Este es el primer grado de prajna, llamado “el conocimiento preciso que surge de escuchar” (Tib. thos ‘byung gi shes rab; Skr. śrutamayi prajna).
Contemplar
Este prajna semántico que surge de escuchar ahora se convierte en objeto de contemplación. En el centro de esta dinámica triádica de la práctica de integración del dharma, la contemplación sirve como puente entre escuchar y meditar. En esta etapa, examinamos el significado de las palabras que escuchamos y entendimos generalmente en la fase de escuchar, refinando nuestra comprensión para participar en la meditación sucesiva.
El proceso físico de comer ofrece una metáfora útil para comprender el procedimiento. Cuando ingerimos alimentos, comenzamos a descomponerlos en la boca, tan pronto los alimentos se mezclan con las enzimas de la saliva, antes de llegar al estómago. De manera similar, el prajna desarrollado al escuchar se somete a un procesamiento crudo desde el principio. La contemplación recibe la comprensión semántica que de esto se deriva, refinando aún más. Al igual que el estómago digiere la comida que se ablanda en la boca, la contemplación es crucial para refinar la comprensión, de modo que su alimento sea accesible y susceptible a un procesamiento fino en la meditación.
El objetivo es comprender con precisión la enseñanza. Esto a menudo implica hacer preguntas, participar en discusiones y desafiarnos a nosotros mismos–especialmente cuando creemos que ya lo entendimos.
En la contemplación, aplicamos nuestro intelecto para analizar las enseñanzas usando las escrituras y el razonamiento lógico. Podemos utilizar la investigación directa y el estudio de los textos, concentrándonos en confusiones, dudas o vacilaciones. Podemos hacerles preguntas aclaratorias a los maestros o participar en discusiones con compañeros de estudios. La cultura universitaria monástica tibetana emplea un estilo de debate abiertamente físico para agudizar la comprensión de los estudiantes. Escribir las escrituras o enseñanzas, así como leerlas, traducirlas y memorizarlas, también son formas comunes de contemplación. Estudiantes contemporáneos dedicados a la contemplación pueden tomar notas, llevar un diario, bosquejar, dibujar, escribir poesía, componer canciones de dharma, emplear movimiento y prácticas similares, activando nuestra creatividad para dar forma a una comprensión semántica precisa de las enseñanzas en cuestión y luego desglosarla aún más, hasta que tenemos una comprensión más rica del tema en cuestión.
La palabra tibetana bsam, o “contemplar”, significa pensar, imaginar, reflexionar, considerar. La contemplación no es solo pensar de cualquier manera; no es una asociación libre, que fácilmente se sale de control. Más bien, la postura contemplativa es contenida, ocupando todo el alcance de su tema, buscando comprenderlo con precisión, en sus propios términos. Dentro de ese espacio delimitado, deambulamos libremente, explorando los parámetros de la enseñanza. El efecto es similar a la métrica, la rima y el verso poético, cuya estructura misma inspira libertad.
Al igual que con escuchar, la contemplación es exteriorizada. Después de todo, estamos involucrando a otros en el tema; discutiendo, debatiendo, investigando y cuestionando. Fundamentalmente, aplicamos nuestras habilidades de pensamiento crítico no sólo a la enseñanza en cuestión, sino también a nuestras suposiciones y prejuicios. No estamos necesariamente de acuerdo con el tema. Para agudizar la comprensión semántica de la enseñanza que escuchamos con receptividad, es esencial la duda saludable.
No cuestionar las enseñanzas nos deja rozando la superficie, sin penetrarlas. No abordar nuestras opiniones, historia personal y narrativas culturales le da a nuestros propios prejuicios un pase libre. El objetivo es comprender con precisión la enseñanza. Esto a menudo implica hacer preguntas, participar en discusiones y desafiarnos a nosotros mismos–especialmente cuando creemos que ya lo entendimos.
La investigación, sin embargo, no es puramente clínica. Estamos construyendo una relación de intimidad con el Buda a través de sus enseñanzas. Y al igual que en cualquier relación significativa, iremos cambiando a medida que encontramos sorpresas, resistencia, miedo, vacilación y confusión, junto con destellos de alegría, claridad, y descubrimiento. Nada de eso debe ser rechazado. Encontrar lagunas en nuestro conocimiento nos lleva de vuelta a escuchar; aumentar la claridad nos lleva hacia la meditación.
Mientras tanto, el dharma es el punto inmóvil en el centro de nuestra admiración, fricción y duda. Alrededor de ese centro gravitacional se abre el espacio, y dentro de él se forma un pivote interior desde el cual podemos entablar un diálogo entre la enseñanza y nuestra experiencia.
Contemplar el tema de esta manera culmina en un conocimiento claro (Tib. nges she), el cual es definido como una comprensión intelectual inequívoca del significado general del tema. Esta comprensión intelectual que atraviesa la superposición es “el prajna que surge de la contemplación” (Tib. bsam ‘byung gi shes rab; Skr. cintamayi prajna), que luego llevamos a la meditación.
Meditar
Ahora las cosas comienzan a ponerse personales. La cualidad eléctrica del conocimiento claro alimenta el entusiasmo para refinar aún más nuestra comprensión; estamos ansiosos por comprometernos con los prajnas invocados e inculcados en escuchar y contemplar más directamente.
La meditación cultiva la familiaridad con nuestro tema, dentro de nuestra propia experiencia, procesandolo a un nivel de intimidad profunda y visceral. Esta fase culminante es el propósito de escuchar y contemplar. Encasquillarse, perderse, o enamorarse de las etapas anteriores y renunciar a la meditación para la cual éstas se realizan nos aleja del corazón vital y transformador de esta práctica.
Aunque el paso de escuchar a contemplar, y de ahí a meditar, suena lineal cuando se explica, en la práctica, cada fase se arquea hacia adelante y hacia atrás cualquier cantidad de veces en respuesta a nuestras necesidades individuales. La trayectoria es más una espiral que una línea recta. Además, esta dinámica se aplica a cada uno de los temas que escuchamos, contemplamos y meditamos.
Por lo que sé, el estilo particular de meditación de esta práctica de integración del dharma no se encuentra a menudo fuera del budismo tibetano (agradezco de todo corazón información de lo contrario). Enseño la práctica como la aprendí, desde la perspectiva de la visión Mahamudra en el linaje Karma Kagyu.
Combinando dos estilos de cultivo mental, la meditación de escuchar, contemplar y meditar alterna dinámicamente entre la meditación en reposo (Tib. ‘jog sgom) y la indagación meditativa (Tib. dpyad sgom), correspondientes a shamatha y vipashyana, respectivamente. El componente clave es la indagación meditativa, una desviación de la imagen icónica de un meditador cuya mente inactiva está absorta en la dicha, libre de pensamientos.
La indagación meditativa es introspectiva y de naturaleza analítica. Sin embargo, este análisis es de calidad experiencial, distinto del pensamiento discursivo abstracto que anima la contemplación o la toma de decisiones cotidianas. El análisis experiencial tiene algo de fisicalidad. Lo comparo con ir a ciegas en la oscuridad, buscando los anteojos que hemos perdido en una habitación de hotel desconocida, en lugar de quedarnos en la cama mentalmente siguiendo nuestros pasos, averiguando dónde podríamos haberlos dejado.
Al igual que el sistema circulatorio transporta los nutrientes de los alimentos digeridos hasta las células para su uso, la indagación meditativa refina los prajnas semánticos e intelectuales, dirigiendo la comprensión experiencial resultante a la meditación en reposo para absorción.
La meditación cultiva la familiaridad con nuestro tema, dentro de nuestra propia experiencia, procesandolo a un nivel de intimidad profunda y visceral
En la práctica formal, comenzamos por establecer una base de shamatha, cultivando en la medida posible la simplicidad tranquila que nace de equilibrar la lucidez y la quietud inherentes a la mente. Justo dentro de esa tranquilidad luminosa, manos extendidas en una habitación oscura, investigamos y examinamos nuestro tema con delicada precisión.
Familiarizados con el tema y sus límites, hemos experimentado un conocimiento claro durante la contemplación. La indagación meditativa se interioriza para analizar este prajna contemplativo contra nuestra propia experiencia. Este sutil análisis experiencial procede a lo largo de las líneas de un intercambio interno entre nuestros puntos de vista, opiniones, y experiencia, por un lado, y por el otro, las enseñanzas del Buda y los maestros, representadas por nuestro cultivo basado en principios de comprensión tanto intelectuales como semánticos.
Por turnos, tomamos la postura del Buda para cuestionar nuestros puntos de vista, luego nuestra propia perspectiva para examinar la del Buda. Este diálogo interno finalmente produce una nueva experiencia de conocimiento claro. Críticamente, no se trata de recordar el conocimiento desarrollado en la contemplación. Este último es la memoria; la primera es una experiencia del momento presente que atraviesa la superposición para revelar los malentendidos que hemos tenido sin saberlo.
En la indagación meditativa, esta comprensión experiencial a menudo se siente visceralmente. Como lo describe el Buda, “realizamos la verdad suprema con el cuerpo, penetrando con sabiduría” (Canki Sutta, MN 95). La forma en que se manifiesta difiere de una persona a otra, incluso de un tema a otro. Puede sentirse como mariposas en el estómago, un salto del corazón, un puñetazo en el estómago, una ligereza general o una tensión localizada, un cambio de energía sutil o una sacudida, o tal vez apenas se sienta.
En cualquier caso, hay una sensación sentida de epifanía, una revelación que se encarna en lugar de ser abstracta. Un momento de eureka. Esta comprensión experiencial es el prajna que surge de la meditación (Tib. sgom ‘byung gi shes rab; Skr. bhavanamayi prajna).
Si no se produce una comprensión experiencial, no pasa nada. El proceso avanza orgánicamente, siguiendo nuestro propio ritmo. Alternamos entre el reposo y la indagación meditativa durante el resto de la sesión según se considere apropiado.
Cuando surge la comprensión experiencial, liberamos suavemente la indagación meditativa y cambiamos a la meditación en reposo, centrando esa comprensión experiencial como su objeto. Para la mente, esto es como marinar en la comprensión experiencial, mientras permanezca vívida. Cuando se desvanece, volvemos al análisis experiencial. A partir de entonces, alternamos entre el reposo y la indagación, al ritmo del ascenso y descenso de la comprensión.
Al principio, tales momentos de comprensión experiencial pueden ser escasos y efímeros. Sin embargo, cuanto más cultivemos la comprensión experiencial en la indagación meditativa y la absorbamos en la meditación en reposo, más fácilmente surgirá. Estamos cultivando primero la familiaridad, y luego la intimidad, con el prajna que surge de la meditación. En la práctica formal, el equilibrio pasa de ser mayormente la indagación meditativa (para invocar de nuevo un conocimiento claro) a mayormente la meditación de reposo (para inculcarla a medida que avanzamos). Con el tiempo, los cambios se vuelven más sutiles, una oscilación que avanza progresivamente hacia la unidad innata de shamatha y vipashyana a medida que integramos el prajna meditativo.
La “repetición, el desarrollo y el cultivo” (Canki Sutta, MN 95) de este proceso es fundamental, ya que refina la comprensión experiencial, en sí misma una experiencia meditativa efímera. La incorporación progresiva de prajna, como las células que absorben los nutrientes de la sangre, afina la comprensión experiencial hacia la realización: la experiencia directa de la realidad a la que apuntan las enseñanzas escuchadas y contempladas, más allá de la capacidad de las palabras o los conceptos para expresarla.
Trascender
En última instancia, la expresión más alta de esta práctica triádica es el prajna meditativo de shunyata, la comprensión experiencial de la vacuidad del yo y los fenómenos. Sin embargo, incluso esta sutil comprensión experiencial es de carácter dualista, en contraste con realización directa, la experiencia inmediata de la vacuidad.
¿Cómo extendernos sobre la sinapsis entre el pensamiento dualista y la experiencia directa?
Refinar nuestra comprensión experiencial de la vacuidad conduce orgánicamente al enfrentamiento final entre prajna, el conocimiento preciso que se da cuenta del no-yo, y su antítesis directa, avidya, la ignorancia que no comprende el no-yo. no pueden coexistir con toda su fuerza. Uno de ellos tiene que ceder.
En el tiempo más allá del tiempo, la ignorancia ha ganado la batalla librada en nuestro corazón-mente, debido que su remedio directo, el prajna que se comprende el no-yo, permanece oscurecido, pasado por alto. La práctica de escuchar, contemplar, meditar invoca, inculca, e incorpora a este único antagonista eficaz de la ignorancia. A medida que este prajna, en sí mismo dualista, se fortalece, la ignorancia se debilita proporcionalmente, como los dos brazos de una balanza.
Refinar nuestra comprensión experiencial de la vacuidad conduce al enfrentamiento entre prajna y su antítesis, avidya, la ignorancia que no comprende del no-yo. No pueden coexistir con toda su fuerza. Uno de ellos tiene que dar.
En la indagación meditativa, prajna y avidya se frotan uno contra el otro, como dos palos secos. La fricción genera calor, creciendo en intensidad, hasta que ambos arden, un fuego de prajna que desintegra igualmente el avidya y el prajna, incinerando la percepción dualista, dejando solo lo que siempre ha estado presente detrás de los velos de la percepción errónea que caracteriza al samsara: sabiduría no-dual (Tib. ye shes; Scr. jnana).
Este es el camino de la visión, la realización directa de la vacuidad sin la mediación de la conciencia sensorial o inferencial, el primer nivel del entrenamiento del bodhisattva.
Y más allá
Después de veinte años de escuchar, contemplar y meditar, puedo dar fe de mi experiencia como una relación continua y cada vez más íntima con las enseñanzas del Buda y los maestros de los muchos linajes que fluyen de él. Me ha enseñado a no conformarme con nada menos que experimentar las enseñanzas directamente, con creciente sutileza e inmediatez.
No obstante, no siempre es cómodo estar siempre listo para liberar nuestros puntos de vista, conceptos, y creencias. Una práctica verdaderamente transformadora requiere de la voluntad de evolucionar, dejando de lado las opiniones y creencias sin las cuales difícilmente podemos imaginar quiénes somos. Requiere el coraje para desafiar nuestras historias, narrativas culturales y preferencias, tan centrales a nuestras identidades individuales, al menos al mismo modo como cuestionamos las palabras del Buda.
Si aceptamos el desafío, las maravillas nunca cesarán.
¡Emaho!