La palabra en sánscrito “dharma” es, sin duda, el término más importante y el más usado en el budismo. Entre las tres joyas del Buda, Dharma y Sangha, en las cuales todos los budistas toman refugio, el dharma es la preeminente. Es la realización del dharma lo que produce budas y es el dharma lo que da razón de ser a la sangha (comunidad) y la une.
Pero ¿qué significa realmente la palabra “dharma”? Este es un término particularmente fascinante, porque incluye e integra muchos niveles de experiencia; de nuestro primer momento en el camino, al logro de la realización completa.
El Dharma eterno
En los textos Theravada antiguos, se reporta que el Buda Shakyamuni declaró que el dharma siempre está presente, haya o no un buda que lo predique o una sangha que lo practique. En este sentido, dharma es el sustrato de realidad subyacente en nuestras vidas y nuestro mundo. Es el hecho último y primordial de quién y qué somos.
El objetivo de todos los budistas es descubrir esta “verdadera naturaleza”, como es llamada, no sólo tener vistazos de ella, sino poder descansar en ella, identificarnos con ella y olvidar cualquier otro “yo” que hayamos imaginado. En tal realización, vemos que lo que somos esencialmente no tiene principio ni fin, y se expresa en amor universal.
¿Es este dharma eterno inaccesible para nosotros, la gente ordinaria? Para nada. De hecho, siempre está rondando en la periferia de nuestra consciencia, seamos budistas o no, tengamos un interés visible en la espiritualidad o no.
El Dharma como fenómenos
El académico budista Th. Stcherbatsky escribió un libro antiguo e influencial llamado The Central Conception of Buddhism and the Meaning of the Word “Dharma” [En español: La concepción central del budismo y el significado de la palabra “Dharma”]. En esta obra, el autor nos dice que el dharma es la base de nuestra existencia ordinaria; de la multitud de pensamientos, percepciones y ocurrencias que conforman nuestra experiencia como seres humanos.
Aquí debemos hacer una distinción entre nuestros conceptos de lo que es la realidad ordinaria, nuestras preconcepciones, nuestras ilusiones, y su facticidad cruda e implacable. Dharma, en este segundo sentido es lo que es tal en nuestras vidas, nos guste o no, lo deseemos o no, lo esperemos o no. Una enfermedad repentina, la ruptura de una relación, una muerte inesperada son todas expresiones del dharma abriéndose camino en este sentido. Pero también es la luz que no se enciende cuando apretamos el botón, la llamada telefónica que no anticipamos, la alegría sorprendente de ver a un bebé recién nacido. Y también lo es la impresión de ver a alguien más más o menos como lo pensamos.
Todos esos eventos nos muestran cuando nos quedamos cortos. Nos revelan cuánto habíamos estado encerrados en la burbuja que creamos, un sueño acerca de quiénes somos y cómo es el mundo. Nos despiertan, aunque sea por un momento. Es en este sentido que el gran maestro tibetano, Atisha nos dice que: “Todo el dharma está de acuerdo en un punto”. Todo lo que ocurre, cuando es visto en su propia luz y desde su propio lado (dharma), proclama la no-realidad de nuestras nociones fijas acerca de nosotros mismos y de nuestro mundo. Luego, el dharma como fenómenos finalmente no es distinto del dharma eterno. La desnudez y crudeza de los fenómenos tal como son representan el eterno dharma haciéndose camino en nuestras vidas.
Dharma como el camino
La manera en la que respondemos a la disrupción y a la desestabilización causada por el eterno dharma, tal como se muestra en las experiencias de nuestras vidas, es un asunto de elección.
Por ejemplo, quizás caigamos en el rechazo o la negación, buscando reconstituir nuestra solidez, nuestro confort y seguridad. O quizás veamos en el dharma una señal de la realidad última, y giremos hacia ella como el camino. La primera aproximación nos conduce a la negación de lo que hemos visto y a pretender que las cosas son de otro modo. Esto se convierte en más atamiento, en mayor confusión, en karma negativo y sufrimiento. La segunda aproximación nos lleva, recordando las palabras del maestro de meditación Theravada, Ayya Khema, no a la eliminación del sufrimiento, sino a la disolución gradual de aquel que sufre.
Al principio, el camino es difícil y doloroso: a través de la meditación y de otras disciplinas budistas, nos entrenamos trayéndonos de vuelta, una y otra vez al borde incómodo del dharma, a la ambigüedad y a la falta de suelo firme del momento presente. Con el tiempo, sin embargo, encontramos en esos regresos solaz y alivio. En este punto, con las oportunas palabras de Trungmpa Rinpoche, el camino del dharma se empieza a desenvolver naturalmente y sin esfuerzo bajo nuestros pies.
Dharma como enseñanzas
Finalmente, en su sentido más concreto, el dharma son las enseñanzas entregadas por el Buda y añadidas por muchísimas generaciones de hombres y mujeres consumados y realizados. Este dharma describe, indica y evoca al dharma eterno tal como aparece en nuestra experiencia de vida; sin adornos y sin interpretaciones.
Originalmente y, más esencialmente, las enseñanzas de dharma fueron las palabras habladas y cantadas por aquellas personas realizadas. Los sutras, las palabras del Buda, siempre empiezan con “Así he oído” no “Así he leído”. Del mismo modo que uno no puede esperar convertirse en un pianista de primera solamente por leer manuales de piano, o volverse un gran cocinero sólo por leer libros de cocina, uno debe de recibir las enseñanzas al escucharlas de un maestro. Para aprender el dharma, debemos escuchar los matices y las sutilezas; debemos experimentar la elocuencia y los vuelos de aquellos empapados en un entendimiento vivo y en una realización.
Se dice que el Buda y los maestros posteriores a él hicieron sus discursos a la medida para satisfacer las necesidades específicas de sus escuchas. Ellos hablaron de la realidad del dharma en una forma que se podía comunicar a sus escuchas. Este “hacer a la medida” no era particularmente deliberado o auto-consciente.
Actualmente, cuando los maestros dan voz al dharma, a menudo se remontan a la tradición textual. Pero, al mismo tiempo, las palabras que forman en sus mentes, las imágenes, analogías y la lógica provienen del ambiente; son reflexiones de aquellos que están ahí en la sala y se dirigen a ellos. Estas palabras expresan la configuración única de la realidad que existe en ese momento.
El dharma hablado es infinitamente más matizado, evocativo y comunicativo que cualquier cosa que pueda ser escrita. Porta una carga abundante de significado que se recibe instantáneamente y en su totalidad por los escuchas. Escuchar a monjes de Sri Lanka, zen o tibetanos cantar un sutra budista es una experiencia enteramente diferente que leerlo impreso. A través de la recitación, un mundo se abre y estamos inmersos en un ambiente y un sentimiento que son completos.
Al escuchar el dharma, no es inusual oír a un maestro describir una escena, por ejemplo, de la vida del Buda, y encontrarnos, antes de que la descripción avance mucho, sintiendo el frescor de la noche en la India y oliendo sus fragancias ricas, dulces y penetrantes. Es cierto que al principio del primer siglo DC, el dharma empezó a ser escrito y ahora existen decenas de miles de páginas en los muchos cánones asiáticos. Al mismo tiempo, es importante recordar que el dharma como enseñanza es más fundamentalmente una verdad hablada, de la cual la palabra escrita es un análogo y un apoyo.
Particularmente para los budistas occidentales, la palabra escrita es a menudo la puerta inicial al vasto mundo del dharma interno. A menudo, un libro nos lleva a encontrar a un maestro budista de quien quizás escuchemos el dharma en forma oral. A menudo ese maestro nos alienta a tomar ese camino, involucrándonos en la práctica de meditación. Esto, a su vez, empieza a dejar al descubierto el carácter crudo y escabroso de nuestras vidas ordinarias. A medida que nos familiarizamos más y más profundamente con nuestras vidas, quizás empecemos a percibir el fondo de conciencia que corre como un hilo a través de nuestra experiencia. A medida que nuestro sentido de esta conciencia -conocida como naturaleza búdica- profundiza, empezamos a darnos cuenta que -más que cualquier cosa- esto es lo que somos fundamentalmente y lo que siempre hemos sido.
En este punto hemos viajado de ver el dharma como un libro interesante, a descubrir el dharma eterno como la verdad final de nuestra propia naturaleza inherente. Entonces, el camino entero es incluido y resumido en esta sola palabra.
ACERCA DE REGINALD RAY
Reginald A. Ray, Ph.D., fue profesor de estudios budistas en Naropa University y maestro residente en el Rocky Mountain Shambhala Center. Es el director espiritual de Dharma Ocean Foundation y autor de Secret of the Vajra World: The Tantric Buddhism of Tibet.
ACERCA DE RATNA DAKINI (Traductora)
ratna dakini es una yoguini budista tibetana, poeta y traductora originaria de México. Ha publicado dos libros de poesía de dharma, el último titulado Sunbird (2020). Ha traducido para la Comunidad de Meditación de Tergar por Aprox. 6 años, y continúa traduciendo para Tergar, así como para la página en español de Lion’s Roar. Actualmente vive en San Miguel de Allende, donde enseña Yoga, practica danza y prepara un tercer libro de poesía.