Ésta será probablemente la última charla de sábado por la noche que daré durante bastante tiempo. He recibido noticias de mi hermana en Inglaterra de que nuestra madre está muy enferma y todo indica que no vivirá más de unos meses, así que planeo volar a Inglaterra en una semana para estar con ella.
El Buda dijo una vez (Anguttara Nikaya 2:32) que si cargaras con tus padres durante toda su vida —tu padre sobre un hombro y tu madre sobre el otro—, incluso hasta el punto en que perdieran sus facultades y sus excrementos corrieran por tu espalda, no lograrías saldar tu deuda de gratitud hacia ellos. Pero podrías hacerlo si tus padres no eran virtuosos y tú los estableciste en la virtud; si no eran sabios y tú los estableciste en la sabiduría; si eran tacaños y tú los estableciste en la generosidad; si no tenían fe en el camino espiritual y tú los condujiste a él.
Un día, hace muchos años, hablé de esta enseñanza con mi madre, suponiendo que le impresionaría tanto como a mí lo mucho que el Buda elogiaba el papel de los padres en la vida de una persona. Ella respondió, como hacía casi invariablemente cada vez que yo intentaba soltar alguna declaración espiritual, diciendo: “¡Qué tonterías!”. Es muy buena para nivelarme, ya que a veces soy un poco fantasioso. Su argumento era que no se trata de un proceso unidireccional. Me dijo: “¿Por qué hablas de deudas? ¿Qué puede haber más maravilloso y satisfactorio que traer hijos al mundo y verlos crecer? No es como un trabajo por el que hay que cobrar”. Me impresionó mucho su declaración.
Por razones obvias, últimamente he estado reflexionando mucho sobre la influencia de mi madre en mi vida, y se me ha ocurrido que hasta que conocí el dhamma a los veintiún años, ella fue la principal —si no la única— fuente de mi capacidad para ver lo que era noble y bueno en el mundo. No crecí en un hogar religioso (ya que Inglaterra es un país muy poco religioso), pero mis padres eran muy buenas personas, sobre todo mi madre. Ella realmente encarna el altruismo, la bondad, la generosidad y es absolutamente inofensiva hacia todos los seres vivos: es físicamente incapaz de hacer daño a criatura alguna. Cuando me pregunto de dónde saqué la inclinación hacia lo que es bueno, sano y útil, me doy cuenta de que procede casi enteramente de ella.
Tras la muerte del padre de mi madre, ella me dijo que había recibido de él gran parte de su orientación y dirección. Ella respetaba profundamente su herencia de dulzura, abnegación y benevolencia hacia todas las cosas, y me transmitió esas cualidades. Ella era mi principal influencia espiritual antes de ir a Tailandia; todo lo que me mantenía operando en algún lugar del terreno del comportamiento humano equilibrado era gracias a ella. Así que he desarrollado un gran sentimiento de alegría y gratitud hacia ella por haberme transmitido todo esto.
Otra constatación que me ha ido quedando clara con los años es que las personas que proceden de familias rotas, o que han tenido situaciones familiares muy inestables, asumen que la vida es inestable e impredecible; a menudo tienen un profundo sentimiento de inseguridad. Recuerdo que esto me impresionó durante mis primeros años de conocer y convivir con personas así, y hay muchas en este mundo. Nunca habría concebido las experiencias que habían vivido. Aunque mis padres tenían muchos defectos y nuestras vidas no fueron fáciles, dieron a nuestra familia una asombrosa sensación de estabilidad y fiabilidad, especialmente nuestra madre. (Mi padre se mantenía ocupado a menudo, primero con la granja y luego viajando por su trabajo. Y además, creo que fue Robert Bly quien definió al padre de la Era Industrial como “aquello que se sienta en la sala y hace crujir el periódico”).
He empezado a reflexionar sobre la sensación de seguridad que surge de esta intuición de que la vida tiene una base confiable. En las familias estables, los padres lo imparten. Si uno no tiene esto, entonces tiene que encontrarlo más tarde de otras maneras. Para un niño, los padres son una especie de sustituto del dhamma, esa base sobre la que todo descansa y en torno a la cual todo gira.
No siempre me llevé bien con mis padres. Pero nunca discutían delante de nosotros, y siempre estaban ahí, estableciendo una continuidad de presencia y apoyo. Y pensando en ello, he visto que reflejaban dos cualidades del dhamma que son cruciales: dhammaniyamata —el orden, la regularidad o el patrón del dhamma— y dhammatthitata, la estabilidad del dhamma.
En cierto modo, ese es el trabajo o el papel de los padres: ser estables, la roca sobre la que se asientan las cosas. Presentan esa cualidad de regularidad, orden o previsibilidad en la que podemos confiar y por la que podemos guiarnos.
Cuando tenía unos doce años, algunas de las extraordinarias cualidades de mi madre se me hicieron patentes de una forma muy poderosa. Yo era un niño que desayunaba todas las mañanas antes de ir a la escuela. A última hora de la tarde, volvía y comía donas de nata para merendar, y una hora más tarde engullía enormes cantidades de comida durante la cena. Me estaba convirtiendo en un joven fornido. Y todas las tardes mi madre esperaba en su coche en la parada de autobús al final del carril, a un kilómetro y medio de nuestra casa. Un día me bajé del autobús y ella no estaba. Pensé: “Qué extraño”. Empecé a caminar —pensé que tal vez se había retrasado un poco— y caminé y caminé, pero ella no aparecía. Llegué hasta la casa y tampoco estaba ahí. Cuando mis hermanas volvieron del colegio, nos enteramos de que nuestra madre había sufrido un colapso y había sido hospitalizada. Se descubrió que sufría desnutrición.
Durante meses, mi madre había vivido sólo de té y pan tostado, intentando que nuestra reserva de alimentos durara un poco más al ella evitar comer. Ninguno de nosotros se había dado cuenta, porque todos habíamos estado muy ocupados engullendo nuestras comidas. Nunca había hecho un escándalo, nunca había dicho nada. Y lo siguiente que supimos es que estaba en el hospital. Me cayó como un balde de agua fría darme cuenta de que realmente se moría de hambre mientras nos alimentaba a todos nosotros y nunca se quejaba. Y cuando fuimos a visitarla al hospital, ¡se disculpó como si nos estuviera haciendo perder el tiempo! Al fin y al cabo, podríamos haber estado haciendo los deberes o divirtiéndonos en algún sitio.
Ahora mi madre tiene ochenta y dos años y su cuerpo parece estar llegando a su límite. ¿Cómo se sobrelleva algo así? ¿Cómo se utiliza la práctica para relacionarse con la situación, aportar equilibrio al corazón y ser de beneficio para ella y para los demás?
El maravilloso maestro de la tradición tailandesa del bosque, Luang Por Duhn, nos enseña que la citta, el corazón, es el Buda. “No busques al Buda en ningún otro sitio”, dice, “la cualidad consciente del corazón es el Buda”. Se trata de una enseñanza extraordinariamente directa, clara y completamente no dualista.
El problema que surge cuando amamos u odiamos a alguien es que existe una polaridad, una dualidad a la que el corazón puede verse arrastrado fácilmente: aquí estoy yo y allá fuera está el otro. Y cuanto más intensa es la emoción, mayor es la sensación de dualidad.
Aunque podemos estar muy centrados en generar bondad amorosa hacia otro ser, también está la cuestión de mantener la visión liberadora que reconoce el desinterés, anatta, que reconoce que todos los dhammas no son el yo y que la impresión de una entidad separada y autoexistente se basa meramente en la ignorancia y en la actividad de los sentidos. Este enigma puede ser el centro de la práctica.
En este sentido, es interesante reflexionar sobre los grandes maestros y las relaciones entre sus prácticas espirituales y sus familias. Ajahn Chah fue un ser muy consumado y, cuando empezó en Wat Pah Pong, una de sus primeras discípulas fue su madre. Se marchó de su pueblo, se ordenó como monja y se fue a vivir al bosque con él y su grupo de monjes. Cuando murió, Ajahn Chah hizo una gran ceremonia para su funeral; fue un gran acontecimiento, y ordenó monjes a ochenta o noventa personas durante el evento para generar mérito por ella. Más tarde, el templo principal de Wat Pah Pong se construyó en el lugar exacto donde fue incinerada su madre.
También se decía que Sri Ramana Maharshi era un ser sumamente desapegado; tenía fama de ser tan ecuánime que a veces las ratas le mordisqueaban las piernas cuando estaba sentado en samadhi, y permitía que los médicos lo trataran porque les hacía sentirse mejor. Al igual que Ajahn Chah, la madre de Sri Ramana se convirtió en su discípula y se fue a vivir a la base de la montaña Arunachala, mientras él estaba en una cueva en la cima. Tras su muerte, él también construyó su ashram en el lugar donde ella fue incinerada.
Así que aquí tenemos a dos seres extraordinariamente realizados y desapegados que construyeron sus templos sobre las cenizas de sus madres. Por supuesto, esto podría no tener significado alguno, pero para mí indica que no están diciendo: “Todos los sankharas (todas las cosas condicionadas) son impermanentes, mi madre es sólo una formación en la naturaleza como cualquier otra, y no es la gran cosa.” Hay aquí un misterioso paralelismo entre la realización de la verdad última y el reconocimiento de la calidad única de esa conexión personal en el plano material. Es casi como si la madre fuera el símbolo primordial de la fuente de la realidad, al igual que es la fuente de la vida en el plano físico. Después de todo, en Occidente utilizamos libremente el término “Madre Naturaleza”, y “naturaleza” es otra palabra para “dhamma”. Así que quizá sea natural y perfectamente apropiado conceder a este ser con el que tenemos una relación única una posición especial entre todas las dimensiones de la vida.
Estos días me he encontrado practicando, en primer lugar, para establecer una visión clara de lo no dual, o se podría decir, para establecer el corazón en el conocimiento puro. Y entonces he planteado una pregunta, o una afirmación de investigación, como “¿Dónde está mi madre?” o “¿Qué es mi madre?” El propósito de este proceso es soltar cualquier identificación habitual, romper esa noción de “yo aquí y el otro allá”, y abrir el corazón al momento presente.
Luego, dentro de ese espacio esencial de conciencia, hago surgir intencionadamente las intenciones y emociones de metta, karuna, mudita y upekkha: bondad amorosa, compasión, regocijo altruista y ecuanimidad.
Sin embargo, tiene que haber un equilibrio, porque en cuanto se despiertan esas intenciones o cualidades, uno puede volver a pensar “yo estoy aquí y te lo envío a ti”, lo cual es una forma de dualidad. Pero hay una manera en que la práctica del dhamma puede guiarnos tanto a ver las cosas como completamente vacías (la verdad ulterior de las cosas) como a respetar la convención de que hay un ser aquí y un ser allá (la verdad relativa de las cosas). Por un lado, esa convención es pertinente. Pero es sólo una verdad parcial, una verdad a medias, y existe dentro del contexto del dhamma.
Una de las formas en que el Buda se refirió a la entrada en la corriente —el avance irreversible hacia la realización del dhamma— fue como un “cambio de linaje”. La frase se relaciona con las ideas de “soy una personalidad; esto soy yo, esto es mío, esto es lo que soy”. Esta creencia se llama sakkayaditthi, o “visión de la personalidad”. Y mientras yo piense “yo soy el cuerpo”, entonces, por supuesto, Pat Horner y Tom Horner serán siempre mis padres. Pero si el cuerpo no es uno mismo, y las percepciones no son uno mismo, y los sentimientos no son uno mismo, y la personalidad no es uno mismo, ¿qué hay entonces del Sr. y la Sra. Horner? ¿Qué significa esto? Si este cuerpo no es el yo, entonces el linaje del cuerpo no puede ser la historia completa.
Este es un punto sutil del dhamma y es fácil entenderlo de forma equivocada, como me ocurrió a mí de una manera muy dolorosa cuando era un joven novicio en Tailandia. No puedo creer que realmente lo haya hecho, pero recuerdo una carta que envié a mi madre desde Tailandia en 1978 en la que escribía: “Sabes, en verdad, no eres realmente mi madre”. Algo en mí no quiere recordar haberlo hecho, pero tengo la sensación de que lo hice.
En fin, intercambiamos varias cartas bastante tensas en aquellos días, cuando yo estaba “lleno de luz” en Tailandia, pero ésta representaba sin duda el nadir. En retrospectiva, fue bastante horrible y muy vergonzoso. Cuando mi madre recibió esta inspirada declaración, señaló que definitivamente era mi madre, ya que nadie más lo era. Escribió: “Me preocupo por ti porque eres mi hijo, no porque seas un monje budista—¿entendido?”.
Incluso en ese momento, me di cuenta de que la suya era una respuesta totalmente apropiada. No estaba comprendiendo el principio correctamente. Sin embargo, cuando esa percepción está presente y no la entendemos erróneamente, podemos ver genuinamente este cambio de linaje, sin confundir los planos relativo y ulterior.
Existe una relación con nuestros padres en este flujo de formaciones kármicas, pero el linaje de nuestra verdadera realidad está fundamentalmente enraizado en el dhamma. Esa es la fuente, el origen, la base. En lugar de pensar en nuestros padres físicos como el origen, podemos tener la clara conciencia de que eso es sólo parte de la situación. Es lo No Creado, lo No Formado, lo No Nacido, lo No Condicionado que es la fuente genuina, el origen genuino, la base, el fundamento de la realidad.
Podemos respetar plenamente el convencionalismo y basar nuestra práctica en la idea de que todos los sankharas surgen y cesan, que todos los dhammas no tienen existencia inherente. No hay nada por lo que molestarse, nada por lo que dejarse llevar; existe tan sólo la vida haciendo su danza. El corazón puede permanecer sereno, estable, claro y luminoso. Lo cual, por supuesto, es lo que hace posible que seamos útiles a los demás, ya se trate de nuestros padres, nuestros hijos, nuestros maestros o nuestros alumnos.
Pat Horner falleció en paz en su casa el 16 de julio de 2003, con sus tres hijos y su yerno Tony, a quien quería como a un segundo hijo, a su lado.
Este artículo es una adaptación del libro en PDF de Ajahn Amaro, Who Will Feed the Mice, disponible gratis en Abhayagiri.
AJAHN AMARO
Ajahn Amaro es abad del monasterio budista Amaravati, en el sureste de Inglaterra. Fue ordenado bhikkhu por Ajahn Chah en 1979 y fue coabad fundador del monasterio budista Abhayagiri, en Redwood Valley, California, donde sirvió hasta 2010.
ESTEFANIA DUQUE (TRADUCTORA)
Estefania es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente cursa un Programa de Formación de Traductores de Tibetano en Dharma Sagar, con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español