Sandra Cisneros tiene un tatuaje en su brazo izquierdo de “Budalupe” –Guanayin y la Virgen de Guadalupe mezclados. La afamada novelista se identifica como “Budalupista”, alguien para quien la compasión de un bodhisattva y la Virgen de Guadalupe son lo mismo. O, como ella lo plantea, su forma de ser budista “parte de la energía de la Virgen de Guadalupe, e incorpora a las diosas indígenas como puertas de entrada a la luz.”
Cisneros ha recibido muchos reconocimientos por sus contribuciones literarias, incluyendo el premio Pen/Nabakov Award for Achievement in International Literature en el 2019 y la National Medal of Arts (USA) en el 2016, la cual le fue concedida por el entonces presidente Barack Obama. Su libro más conocido es La Casa en la calle Mango, el cual ha vendido más de seis millones de copias y está traducido en más de veinte idiomas. En este libro, Cisneros hace un boceto del delicado periodo del paso a la adultez para una jóven latina viviendo en un Chicago pobre. Expresa tanto acerca de la belleza y el trauma de la experiencia de los latinos que fue una lectura obligada en muchas escuelas públicas en los Estados Unidos por décadas.
Intento usar el amanecer y el atardecer, dependiendo de cuál estoy viendo, como mi campana que me regresa a la atención plena y a la práctica.
¿Cómo entra el budismo en la vida de una escritora latina como Cisneros? ¿Y cómo toma su práctica en consideración el contexto cultural e histórico de los Estados Unidos y México, dos países fronterizos donde la vida y la literatura han emergido y se han fundido?
Cisneros fue introducida al budismo del mismo modo que muchos de nosotros: a través de un libro. Una amiga le regaló Being Peace de Thich Nhat Hanh. Eso la condujo a participar en su primer retiro con Thich Nhat Hanh en Rhinebeck, Nueva York, y, más tarde, a otro retiro en Deer Park Monastery en San Diego County, California. “Sentí que había encontrado mi camino espiritual”, dijo Cisneros.
Cisneros tomó los votos como practicante laica y le fue dado un nombre de dharma en vietnamita, el cual ella recuerda que significa “Hogar de los Ancestros”. Esto provocó que se le salieran lágrimas y que emergiera el pensamiento de que esto había sido obra de “¡la Divina Providencia!”.
Cisneros también encontró a Pema Chödrön. Escuchaba las enseñanzas de Pema mientras estaba conduciendo su auto, y mucho después de que se había estacionado, ella se quedaba en el auto para seguir escuchando. Le maravilló la humildad y el sentido del humor que Pema Chödrön y Thich Nhat Hanh muestran. Cisneros hizo que su práctica de atención plena y perdón se convirtieran en una acción constante.
“Eso es algo de lo más valioso que he aprendido de Thich Nhat Hanh. Procuro usar el amanecer y el atardecer, dependiendo de cuál veo, como mi campana de atención plena y de práctica”, dice Cisneros. “Cada vez que veo un atardecer, pienso en todas las personas que estoy aprendiendo a perdonar, y me incluyo a mí misma”.
En sus años de juventud, Cisneros tuvo períodos de depresión y pensamientos suicidas, los cuales en sus escritos llama “funkadélicos”. Investigar la depresión experimentada por latinas, personas de color y artistas, y leer la obra de la laureada poeta nativa americana, Joy Harjo, Pema Chödron y Thich Nhat Hanh –todos ellos considerados por Cisneros como sus gurús espirituales– le ayudó a transformar sus pensamientos y sus emociones.
“Una de las cosas más importantes que me enseñó Thich Nhat Hanh es que todas estas cosas que estoy sintiendo son nubes”, dice Cisneros. “Y si esperas lo suficiente, deben simplemente pasar. Es muy bueno saber eso”.
Sandra Cisneros nació y creció en el área de inmigrantes en Chicago en la década de los años cincuenta y sesenta. Siendo la única mujer en medio de seis hermanos, encontró su consuelo en la biblioteca. Su padre era un tapicero que sirvió en la Segunda Guerra Mundial. Su madre era una aficionada de las antigüedades que encontraba en tiendas de segunda mano; ella siempre quiso ser más que una madre únicamente.
Le tomó nueve años a Cisneros escribir Caramelo, una novela que se enfoca en su padre y cómo él la amaba incondicionalmente. Se suponía que Caramelo sería únicamente su historia, dice Cisneros, sin embargo, a medida que la escritura se desenvolvió, ella se sintió motivada a mirar más profundo hacia el linaje de sus ancestros y a las historias que le fueron contadas durante el proceso.
La novela está nombrada a partir de un rebozo no concluido que estaba siendo hecho por la bisabuela de la narradora, Guillermina. Justo antes de que muriera, Cisneros escribió, “Incluso con la mitad de sus flequillos colgando sin tejido alguno, como la cabellera de una sirena, era un rebozo exquisito de cinco tiaras, la tela de una bellísima mezcla de caramelo, regaliz y tiras de vainilla con motas en blanco y negro, por lo que le llamaban a este diseño, caramelo. El rebozo era muy muy suave, de una calidad y peso excelentes, con un trabajo de flequillos admirables que se asemejaban a una cascada de fuegos artificiales sobre un campo de girasoles, pero era completamente in-vendible debido al rapacejo inconcluso.”
En Caramelo, Cisneros aprieta bien las palabras para crear simetría, espacio y melodía, y, en el proceso, entreteje ochenta y seis tiras de historias en trenzas suaves e intrincadas que revientan de color. Cisneros empuja juntos al inglés y al español, y construye y reconstruye, a partir de muy poca tela, las historias de muchas personas que estuvieron antes de ella.
Ella escribe, “la mamá de Guillermina le había enseñando el arte de empuntar; de contar y dividir las tiras de seda, de trenzarlas y hacerlas nudo en rosetones meticulosos, arcos, estrellas, diamantes, nombres, fechas, e incluso dedicatorias, – incluso antes de ella, su madre le enseñó como su propia madre había aprendido, así que era como si todas las madres e hijas estuvieran trabajando; un mismo hilo enclavándose y haciendo un bucle doble, cada mujer aprendiendo de la mujer anterior, pero añadiendo un florecer que se convirtió en su firma, luego pasándolo a la siguiente.”
El lector entiende intuitivamente que en la escritura de Caramelo, Cisneros está completando el rebozo para Guillermina. En cierto sentido, la novela preserva el arte de Guillermina, el cual, de otro modo, se estaba perdiendo.
Cisneros es sensible a la arqueología del lenguaje. “Todos nuestros lenguajes están construidos sobre las rocas de un lenguaje previo o una cultura previa, o una comunidad previa”. “El modo en el que construimos las frases o en el que vemos al mundo, o decimos ciertas cosas que son muy peculiares o particulares a nuestra familia –todo viene de un legado de otra gente y otras comunidades”.
Además de ser una novelista, Cisneros es una poeta dotada, y ahora, una colección de sus poemas escritos en un lapso de treinta años, está siendo publicada por Knopf y Vintage Español. La colección se llama Woman Without Shame, o Mujer sin vergüenza. Tiene la voz de una Cisneros madura, lúdica y atrevida; ávida de quitarse las ropas de la pena y ser ella misma –tanto como puede ser.
“He estado trabajando toda mi vida para no tener vergüenza”, dice Cisneros cuando le preguntaron acerca del título de su colección. “Pero me han dado pena por ser pobre. Me han dado pena por no tener la ropa correcta. Me han dado pena porque no me veo como las bellezas de las portadas de revista. Para nosotros que somos personas de cierta clase, color y género —tanta vergüenza, tanta vergüenza. Siento que toda mi escritura ha sido un intento por borrar la vergüenza”.
Cisneros está en su hogar en el pueblo mexicano de San Miguel de Allende, y a medida que la luz de la tarde se cuela a través de las puertas de vidrio bordeado por una sombra verde nopal, ella recuerda el Cerro de Tepeyac.
Cuando Cisneros era una niña, jugaba en el cerro en la parte norte del centro de la Ciudad de México con sus hermanos y primos durante las vacaciones familiares. Luego ella regresó como adulta y empezó a mirar el Tepeyac con los ojos de una peregrina. Su legado como tierra sagrada se reveló ante ella.
Para los indígenas hablantes del Náhuatl en los tiempos precolombinos, Tepeyac era el sitio sagrado de la diosa de la fertilidad, Tonantzin, “Nuestra Madre”. Más tarde, los colonizadores españoles convirtieron a los Aztecas por la fuerza y se apropiaron del templo de la Tonantzin. Sin embargo, el sistema de creencias que surgiría de la alabanza de la Virgen de Guadalupe es considerado como una fé intrínsecamente ligada a la identidad mexicana, donde los aspectos de la fé indígena han sobrevivido y, en algunos casos continúan floreciendo hoy en día.
En 1531, en Tepeyac, la Virgen María se dice, apareció ante un hombre indígena llamado Juan Diego, a quien lo instruyó -en lenguaje Náhuatl- a pedir al arzobispo local construir una capilla ahí en su honor. Pero el arzobispo no estaba seguro de poder creer en Juan Diego, así que la Virgen se le apareció de nuevo, y esta vez proveyó milagrosamente a Juan Diego con rosas y una imágen de sí misma en su tilmahtli de algodón. Esto convenció al arzobispo de la legitimidad de su petición, y la capilla fue construida.
Hoy en día en Tepeyac, cerca del sitio de la capilla original, se erige la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, donde el tilmahtli de Juan Diego está exhibido. La devoción de los aztecas por el aspecto femenino de la divinidad no desapareció; más bien, sobrevive y florece en su forma actual. Con el paso del tiempo, Tonantzin se convirtió en la Vírgen de Guadalupe.
Para Cisneros, la Vírgen ha sido una parte importante de su vida desde los inicios de la década de los noventa. En aquel entonces, ella se estaba estableciendo como escritora chicana. The House on Mango Street había sido publicada en 1984, pero aún no era reconocida como una obra significativa de la literatura americana. Ahora, sufriendo del bloqueo de escritor, ella estaba batallando para escribir su colección de historias llamada Women Hollering Creek. Buscando ayuda e inspiración, Cisneros decidió visitar la capilla del santo popular y curandero Don Pedrito Jaramillo al sur de la región del valle de Texas. Ahí, ella vio, entre trenzas, fotos de bebés, y muletas, oraciones escritas por personas ordinarias.
Estas eran, como dice Cisneros, “pequeñas notas todas dobladas como notas de galletas de la fortuna. Empecé a leerlas y me di cuenta, ‘Qué ego tienes al pensar que puedes escribir para todos, cuando todos ya están escribiendo sus propias historias en estas pequeñas plegarias’. Estaba tan conmovida por el poder de la humildad y la necesidad que venía de la comunidad, que regresé a la iglesia para hacer más investigación en estas pequeñas notas, e hice una promesa. Me dije ‘Si hay tantas personas haciendo promesas a Don Pedrito, yo puedo hacer una promesa a la Vírgen de Guadalupe. Sabes, en mi vecindario, ella es mi persona”.
Algunos meses después, Cisneros entró a una de las dos basílicas a los pies del Tepeyac para hacer valedera su promesa de visitar a la Vírgen de Guadalupe el 12 de Diciembre; el día nacional en México cuando miles de peregrinos van a visitarla. Como Cisneros lo describe, ella no estaba movida por la fé, pero la fé de la gente que estaba ahí la movió.
Aproximadamente al mismo tiempo, Cisneros estaba participando en los retiros con Thich Nhat Hanh. ¿Qué llegó primero, sus estudios en el budismo o su guadalupanismo? Ella no se acuerda. Pero de muchas maneras, su escritura, su fé en la Vírgen de Guadalupe, y su estudio del budismo se interconectan uno con otro, del modo en el que los agrupamientos de hilos se tejen en un patrón en un telar. ¿Cómo ocurrió tal transformación? “No sé”, dice Cisneros, “sólo sentí que un peso se quitaba de mi corazón”. Su escritura empezó a fluir después de que le pidió a la Vírgen ayuda para superar su bloqueo de escritor, y en reciprocidad ella visitó a la Vírgen.
Una noche fresca y húmeda de Abril, Sandra Cisneros estaba dando una conferencia en el Bard College en Upstate Nueva York para un evento del National Endowment of the Arts Big Read event. Ella estaba hablando a veces primero en español, a veces primero en inglés, pero casi todo lo que decía era traducido igualmente, así que quien la entendiera en ambas lenguas sentía que estaban escuchando dos lados reflejados en un espejo.
Cisneros estaba tejiendo la historia de su propia trayectoria –de una mujer jóven que escribió The House on Mango Street a la poeta que pronto publicaría Woman Without Shame. Son dos mujeres distintas –y a la vez, la misma, explorando las asociaciones culturales de palabras y fundiéndolas como un hábil herrero. En palabra hablada o escrita, Cisneros trenza juntas la identidad, el sentido del linaje y cultura, la cual en América Latina está permeada con simbolismo indígena, africano y cristiano.
Su audiencia estaba enfocada en The House on Mango Street, así que una vez más, la narradora de historias de sesenta y siete años de edad miró hacia atrás a la escritora de veintidós años. “Sospecho que la razón por la que el libro ha tenido una vida tan larga es porque no lo escribí para mí misma”, dijo. “No lo escribí para ganar un premio o volverme famosa. Lo escribí para mantenerme viva cuando estaba muriendo, en nombre de la gente que amaba. Esa es la diferencia: cuando hacemos algo por aquellos que amamos y no lo hacemos con una agenda personal, siempre sale bonito –siempre va a salir bien. Así es lo que me enseñó The House on Mango Street”.
La honestidad de Cisneros acerca de la depresión y la auto-destrucción por la que atravesó como estudiante de poesía, ayudó a la audiencia a entender el salto fuera del ego que ella logró cuando creó las viñetas de Mango Street. ¿Pero qué hay después, una vez que el éxito le mostró la puerta, y de pronto tenía ya una audiencia de lectores llena de expectativas?
El escritor etíope Dinaw Megestu, también junto con los escritores publicados por primera vez para representar a su comunidad ante una audiencia americana, estaba sentado junto a ella. Magestu le preguntó “¿Cómo te sientes de tener que navegar en tales expectativas?”
Cisneros le explicó cómo el miedo de tener que representar a su comunidad y el pensar en los lectores casi le cortaron la lengua. Pero, continuó, “Si escribo para honrar a mis ancestros, entonces mi miedo se hace a un lado, porque cuando haces algo para honrar a alguien, tu ego se tiene que quitar del camino, y simplemente estás trabajando para cumplir, para completar esa obligación. Ese es el trabajo que hacemos.”
Para Cisnerso escribir no es una actividad fácil. Es una práctica espiritual. Ella considera que escribir es como la meditación sentada. Escribir, dijo en el Bard College, “es un trabajo sagrado, tan sagrado como el de una monja o un monje que medita por días u horas –así es como lo veo”. Y, añadió, “Si tú le pides ayuda a tus ancestros, haces que tu ego y tu miedo se quiten del camino, la ayuda te va a llegar. Funciona, ¡pruébalo!”
La Tonantzin Guadalupe debe estar sonriendo.
ACERCA ANGELICA PALJOR
Angelica Paljor es una periodista Colombiana-Americana y traductora de textos clásicos budistas del Tibetano a inglés y español.
ACERCA DE KHANDRO (TRADUCTORA)
thubten khandro es una yoguini budista tibetana, bailarina, poeta y traductora originaria de México. Desde el 2013 es alumna de Yongey Mingyur Rinpoche y forma parte de la Comunidad de Meditación de Tergar. Ha publicado dos libros de poesía de dharma; bird yes y Sunbird. Actualmente da clases de yoga y comparte poesía y danza a través un boletín electrónico mensual.