El recuerdo de una mañana soleada pero fría en Bogotá, permanece nítido en mi memoria. Mi abuela lavando la ropa en el lavadero de piedra mientras el agua jabonosa rueda por la canal que atraviesa el patio. Sentada en la hierba, con la ropa mojada y las manos coloradas por el agua fría, llenando tacitas de plástico con espuma le pregunto, “Señora, ¿quisiera más espuma en su cafecito? También tengo estos merengues frescos”. Coloco las tacitas sobre el lavadero, empujándolas entre la ropa hacia mi abuela. Ella, con gracia y con una mirada amorosa, recibe el refrigerio imaginario. Se ve tan bella cuando se ríe. Me siento profundamente amada.
Mi abuela fue mi refugio durante muchos años, desde mi niñez y durante mis primeros años fuera de Colombia. Mi soledad, mis miedos, mis inseguridades se desvanecían cuando estábamos juntas. Sus gestos y palabras amorosas me llenaban de valor. Su escucha sincera sin recriminaciones ni expectativas me daban esperanza. Ya hace 18 años que murió mi abuela, pero su amor permanece, ella hace parte de mi ser.
En esos momentos de profunda desesperanza, sintiéndome quebrada y sola, me aferré a mi práctica de dharma con tal intensidad que hizo imposible que pudiera ver a través de esa inundación de sufrimiento.
Durante esta época de pandemia, muchos hemos enfrentado desafíos inimaginables y dolorosos; la muerte de seres queridos en la soledad, el anonimato de las salas de cuidados intensivos, la imposibilidad o el miedo a abrazarse o visitarse, la tensión creciente en nuestras relaciones cercanas dando lugar a rupturas y trayendo rencores.
La gota que rebosó mi copa fue la enfermedad de mi mamá en Colombia. Sentir su dolor y sufrimiento a miles de kilómetros fue insoportable. Viajar y estar con ella sabiendo que iba a dejarla a los pocos días fue una experiencia agridulce empapada de impotencia y culpa.
En esos momentos de profunda desesperanza, sintiéndome quebrada y sola, me aferré a mi práctica de dharma con tal intensidad que hizo imposible que pudiera ver a través de esa inundación de sufrimiento. Escuchaba y leía las enseñanzas budistas acechando a la frase mágica que haría desaparecer ese sufrimiento. Mis meditaciones se convirtieron en una estrategia para esconderme del dolor y construir profecías. Sospecho que fue la práctica más hábil de los años pasados la que me ayudó a tomar consciencia de los miedos que se estaban enraizando en mi cuerpo, y poco a poco empecé a suavizar la fuerza del agarre que en lugar de mantenerme a flote me estaba hundiendo.
“Cuando paré por completo, me hundí; pero cuando luché, me llevo la corriente. De esta forma, sin parar y sin luchar crucé la inundación del sufrimiento” -Ogha-tarana Sutta.
Empecé a comprender que no necesitaba arreglar la situación o encontrar un antídoto contra su toxicidad. Comprendí que lo más hábil no era una lancha de lujo, sino construir una balsa con hojas y ramitas que me permitiera permanecer precariamente a flote. Aunque mojada hasta los huesos, tomando con gran esfuerzo bocanadas de aire, entendí de una manera profunda lo que el Buda enseña en la Oghataraṇasutta, “cruzar la corriente sin detenerse y sin forzar nada.” Es posible acceder a un espacio amplio interior, soltando ideas preconcebidas y expectativas irreales sobre como debería ser la experiencia, y humildemente recordar que la vida misma es la mejor maestra. Me es posible encontrar un lugar de calma y conectarme con el amor que vive en mí. Paso a paso, inhalando, exhalando. Dando y recibiendo desde el amor y no desde la culpa, el miedo, la ansiedad o por obligación. La meditación y las enseñanzas las siento de nuevo como un refugio. La lista de excepciones que hacía del “todo” en ”todo es bienvenido” durante la práctica es más corta hoy.
“De esta manera, monjes, el Dhamma se parece a una balsa, cuyo propósito es cruzar las aguas y no ser poseída. Monjes, al saber que el Dhamma se parece a una balsa, debéis abandonar inclusive los dhammas y, con más razón, las enseñanzas contrarias al Dhamma.” -Alagaddūpama Sutta
Una vez más vuelvo a apreciar las alegrías sutiles de la vida desde mi bondad interior: la luz del sol a través de nubes grises amenazantes, un recuerdo compartido, la sonrisa de mi mamá y la manifestación de su amor. Todo esto es el bálsamo para mi mente delirante que quiere saberlo todo y para la locura de querer controlar el caudal de la vida. De todo corazón y sin reservas sé que no hay una explicación suficiente para la tragedia de los últimos días, meses o años. Sin embargo, el amor y la compasión que echaron raíz desde mi niñez son accesibles.
Como muchas otras personas, voy aprendiendo a vivir en tiempos de COVID, tratando de permanecer a flote en un mundo de guerras, brotes de violencia, desigualdad, despotismo y mucho más. Las inundaciones y los diluvios continúan. Sin embargo, hay suficientes hojas y ramitas para construir una balsa y cruzar la corriente, algunas veces con mucho garbo y otras con menos. No hay fórmula secreta o estrategia. Cada momento es el mejor momento para vivir con gran curiosidad, procurando encontrar ese lugar interior de calma en medio de la incertidumbre de no saber ni poder controlar. Entretejer el amor, la benevolencia y la compasión que hemos recibido y dado en la vida con el momento presente abre la posibilidad de descubrir el regalo de vivir el hoy plenamente.
ACERCA DE SANDRA M. SANABRIA BOHORQUEZ
Sandra es practicante budista de la tradición Theravada y mentora del Dharma. Sandra trabaja como científica biomédica y al mismo tiempo se convirtió en mentora del Dharma y enseña tanto en inglés como en español a través del Insight Meditation Center (IMC) en Redwood City. Para Sandra, la vida cotidiana brinda un sinnúmero de oportunidades para conectarnos con el dharma; esta experiencia hace que las enseñanzas y la posibilidad de liberación sean accesibles a todos los seres.