En el espectro, en el camino

La meditación puede ayudar a superar desafíos, a cultivar la calma y a conectar con los demás. Cuatro personas budistas con autismo nos hablan sobre cómo la práctica le ha cambiado la vida.

Joe DaRocha
15 November 2023
colorful tiles collage painting with face and flower
Painting by David Idell

¿Tendría autismo el Buda?

Louise Woodford se pregunta cuál sería el diagnóstico del Buda si hoy estuviera vivo.

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¿Piensas que el Buda era perfecto, sin trastornos y que es absurdo o que llama la atención sugerir que tenía autismo? Si es así, como les debe pasar a muchos, puede ser que tengas un prejuicio erróneo de lo que significa “tener autismo”. El autismo es simplemente una aparente incapacidad de comportarse de manera que cumpla con las expectativas de la mayoría. Una persona con autismo como yo no es discapacitada ni tiene ninguna desventaja cuando se trata de progresar a nivel espiritual.

Con frecuencia me he preguntado bajo qué “condición” sería etiquetado el Buda Shakyamuni si viviera hoy en el mundo occidental. Por lo que yo entiendo, no era una persona que siguiera a las masas (de hecho, hizo todo lo contrario de lo que su gente esperaba de él). Evitaba la intimidad, encontraba la calma en la soledad, tenía gran afinidad por los animales, era un gran pensador, tenía un alto estándar de moral, era un niño solitario que prefería sentarse debajo de un árbol que jugar con otros niños, se mudó de una comunidad a otra, no tenía apegos sociales, tenía el objetivo claro de lograr la iluminación, y experimentó el mundo de forma profunda y con una sensibilidad inusualmente alta. ¿Les suena familiar?

¿Por qué querría ser como el resto?

Si tomara cuatro piezas largas de madera y pusiera una pieza plana de madera encima, podríamos etiquetar a la estructura como “mesa”, ya que tiene un número de características que cumplen con el criterio de “mesaidad”. Creo estar en lo cierto cuando digo que los budistas en general consideran que la mesa es una creación de la mente. Si tomamos a una persona cuya comunicación social difiere de la de la mayoría, que tiene comportamientos o intereses específicos o repetitivos, podríamos estar de acuerdo con que esta persona pueda recibir la etiqueta de “persona con autismo”. Por lo tanto, debemos concordar en que, como la mesa, “la persona con autismo” es también una creación de la mente. El autismo no existe como fenómeno independiente, separado de la mente que lo crea y lo etiqueta. Según el Budismo, nada es permanente y nada existe de forma independiente. Solo hablamos de simples etiquetas.

Incluso si tomamos un punto de vista científico, el cerebro es flexible. Gracias a la neuroplasticidad, nuestro cerebro puede cambiar y adaptarse según nuestras experiencias. Las neuronas pueden ser regeneradas y las conexiones entre ellas pueden ser reforzadas. Hay que considerar también que somos, de forma literal, manojos de energía, cada átomo contiene casi el 100% de espacio vacío. De hecho, parece que no pudiéramos encontrar nuestro ser de existencia permanente, ya sea que lo busquemos a nivel espiritual o científico. Entonces, ¿desde qué perspectiva podemos decir que “el autismo” es una cosa?

He leído en páginas de medicina que no hay cura para el autismo, que es un trastorno para toda la vida. ¿Cómo? Si nada es permanente y el cerebro es plástico, esto no tiene sentido. Además, ¿por qué querría una “cura” para mi personalidad poco convencional? ¿Por qué querría ser como el resto? No estoy enferma y todo funciona a la perfección. ¿Realmente piensan que tengo una discapacidad para toda la vida porque tengo la personalidad de una minoría?

¡La etiqueta “trastorno del espectro autista” no suena muy budista o científica! A pesar de la estigmatización, supongo que la etiqueta “autismo” funciona por ahora; me ayudó a encontrar mi tribu. Por lo tanto, hasta que el mundo acepte que de forma maravillosa todos solo somos diferentes, la etiqueta “autismo” no está tan mal.

Como dijo la activista ambientalista Greta Thunberg, el autismo puede ser un superpoder. No hay límites en lo que una persona con autismo puede lograr si cuenta con el apoyo adecuado y está en el ambiente correcto. ¿Por qué no lograr la iluminación? Si cualquiera puede conseguir centrarse en el camino para la superación espiritual, una persona con autismo también puede.

En mi experiencia, los únicos comportamientos autistas que causan dolor en mi vida aparecen cuando trato de esconder las diferencias, o cuando me escondo por miedo a que me juzguen o a no cumplir con las expectativas, o cuando algunos aspectos de la sociedad moderna que creamos me abruman. Todos estos son hábitos creados por mi mente como respuesta a experiencias vividas, para no dejar que dañen mi ego. Si elimino esos “comportamientos autistas” negativos, me quedo con los atributos cool que acompañan al camino del Budismo, que definitivamente quiero conservar, y ¡tal vez me envidien un poco por ellos!

Por lo tanto, estoy determinada a exponerme a la vida como hizo el Buda, con apertura y una curiosa vulnerabilidad, sin máscaras. Si la gente piensa que soy muy rara o muy aburrida, está bien. Como estoy siguiendo el camino budista, creo que ser considerada rara y aburrida desde un punto de vista terrenal significa que estoy haciendo las cosas bien. Al menos por el momento, voy a aceptar que, por mis rasgos particulares, soy etiquetada como “persona con autismo” en nuestro mundo moderno occidental, y la etiqueta funciona para mí, como funciona “mesa” cuando necesito un lugar para apoyar mi taza de té. Pero yo no soy “autista” por naturaleza. Además, en mi humilde opinión, no es un trastorno.

Es irónico cómo mi tendencia a buscar la soledad, a evitar la intimidad, a hacer demasiadas preguntas y a ser muy sensible son los rasgos que me dificultaron tanto comenzar a ir a los grupos de dharma. ¿No son esos rasgos los valorados en la tradición budista?

Por ahora, si necesitan encontrarme, estaré de retiro en meditación profunda, viviendo en el bosque con los animales y los árboles y comiendo la misma comida sencilla todos los días. Esto puede ser solo una metáfora, de todas formas, no hay nada, repito, nada parecido a un trastorno en esto; y si no me creen, ¡pregúntenle a un buda!

Las comparaciones causan sufrimiento

Pete Grella solía compararse con personas sin autismo, pero ya no lo hace.

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Durante la mayor parte de mi vida me he preguntado: ¿Por qué? ¿Por qué mi vida parece diferente a la de todos los demás? Esto me ha provocado mucho malestar. Como no tenía diagnóstico, no podía entender por qué yo era diferente. Solía pensar que, cuando muriera, sería buena idea hacerme una autopsia para comprobar que algo no funcionaba bien en mi cerebro.

Durante mi infancia, el único autismo que conocía era el no verbal (ahora denominado de grado 3) y yo, claramente, no era eso. En ese momento, la bibliografía sobre autismo decía que las personas con autismo no podían interpretar las expresiones faciales y que no tenían empatía o imaginación. Sin embargo, yo podía leer las expresiones faciales (aunque no las microexpresiones, según supe después). Podía entender los sentimientos y los puntos de vista de las personas y tenía imaginación. Podía escribir canciones y jugar a “Calabozos y Dragones”. No obstante, tenía algunos de los rasgos a los que la bibliografía hacía referencia, por ejemplo, en relación a la estimulación sensorial. También el hecho de que me concentraba en las partes pequeñas, que veía patrones en las cosas y que me gustaban las rutinas. En los años noventa, cuando apareció internet, pude hacer evaluaciones en línea que decían que estaba en la frontera en relación a una persona con autismo. De todas formas, eso no era concluyente.

Si puedo observar estas manifestaciones de la misma manera en que observo a mis pensamientos, tendrán menos impacto.

Estaba luchando contra la depresión y la soledad; probaba muchas cosas para cambiar mi situación, incluso terapia y medicación. Luego, comencé a meditar y a estudiar el dharma. Esto fue lo que mejor funcionó.

A pesar de que las técnicas sugeridas en terapia ayudaron un poco, estaban diseñadas para personas sin autismo, cuya mente es sustancialmente diferente a la de una persona con autismo. Una de las características del autismo es que hay partes del cerebro que tienen más conexiones y otras partes que tienen menos que en el cerebro de una persona no autista. Es por este motivo que las personas con autismo podemos tener experiencias sensoriales muy intensas y una mente que se puede concentrar por mucho tiempo en un tema. Por esto es que también nuestras emociones pueden amplificarse o casi no ser registradas. Para las personas sin autismo, las emociones suelen durar noventa segundos, mientras que para las personas que están dentro del espectro autista, un evento emocional puede durar hasta una media hora. Las técnicas para manejar las emociones que duran noventa segundos no van a funcionar cuando las emociones pueden tener una duración de treinta minutos.

Le pregunté a un maestro si el dharma podía ayudarme a hacer amigos. Me dijo que si siguia los preceptos haría amigos naturalmente. Esa no fue mi experiencia. De nuevo, volvía a la pregunta: ¿Por qué no soy como el resto?

Desde ese entonces, he recibido un diagnóstico oficial y he estudiado cómo las personas sin autismo se relacionan con las personas que estamos dentro del espectro autista. He descubierto que tenemos formas de comunicación no verbales diferentes y que esto pone un muro entre nosotros y la población en general. Nuestra mente autista puede concentrarse mucho en una sola cosa, lo que dificulta el contacto visual. Poner la atención en las palabras y en la mirada puede ser demasiado. A veces nos mecemos de atrás hacia adelante para aliviar la intensidad de estas experiencias. Las personas sin autismo pueden malinterpretar este balanceo y pensar que nos pasa algo o que nos están poniendo nerviosos. Me lo han dicho.

Las amistades y las relaciones se construyen por medio de puentes emocionales. Tener emociones que son “todo o nada” (o ser más objetivos que subjetivos en nuestras expresiones faciales y gestos) dificulta la creación de esos puentes emocionales. Los estudios han demostrado que las amistades y las relaciones son el factor más importante en la búsqueda de la felicidad. Por lo que si tuvieras que diseñar una condición que te robe la felicidad, sería el autismo, que inhibe los puentes emocionales necesarios para conectar con la gente. Esto nos hace sentir mal, y encima, ¡el autismo puede amplificar nuestras emociones!

Hay estudios que ayudaron a demostrar cómo las personas con autismo hacen una primera mala impresión en las personas no autistas, lo que puede modificar las tasas de depresión y suicidio, que están en aumento en la población con autismo. Por suerte, he descubierto que la meditación y el dharma pueden ayudar. Gran parte del sufrimiento de las personas con autismo es causado por las comparaciones que hacemos y por querer que las cosas sean diferentes de lo que son. Cuando comparo mi vida con la de las personas sin autismo, me puedo sentir mal, porque tienen cosas que me gustaría tener en mi vida. El dharma nos enseña que las comparaciones creadas por la mente son una de las herramientas del ego, que las utiliza para construir la identidad. Además, el dharma nos muestra que el ego no es lo que somos, que solo somos una conciencia viviendo el momento presente. Si yo entiendo que esto es todo lo que soy, las comparaciones dejan de tener importancia.

Por medio de la meditación puedo aprender a observar mis pensamientos; cuando las comparaciones aparecen, las puedo ver ir y venir y reconocer que es lo que la mente hace y es en ese momento cuando no tengo que poner resistencia.

La conciencia plena del cuerpo ha sido otra gran ayuda. Ahora reconozco que las emociones se manifiestan en mi cuerpo y si puedo observar estas manifestaciones de la misma manera en que observo a mis pensamientos, tendrán menos impacto. También puedo cambiar el enfoque desde mis emociones hacia otras sensaciones físicas en el ambiente donde estoy. Por ejemplo, cuando medito, a veces me centro en lo que mis pies están tocando o en el aire que roza mi piel. Si puedo aceptar todas las sensaciones físicas como iguales, puedo dejar de escapar de las sensaciones que no me gustan o de buscar las que deseo.

El gran investigador sobre el autismo, Tony Attwood, sugirió que los mayores con autismo deberían transmitir lo aprendido a los más jóvenes. Estoy agradecido por poder compartir el dharma con otras personas con autismo y neurodivergentes. Espero que experimenten todos los beneficios de la práctica como yo.

El placer de la baja estimulación

El zendo (la sala de meditación), con sus colores tenues y su profundo silencio, puede ser un refugio para las personas con autismo, dice Anlor Davin.

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Estoy tan agradecida por haber encontrado la práctica Zen y el Budismo. Antes, mi vida era un auténtico desastre.

Yo soy una persona con autismo, pero no tuve un diagnóstico hasta los 46 años. En Francia, mi infancia no fue fácil. Todos los aspectos de mi vida estaban impregnados de crudeza y eso generaba muchas tensiones: ansiedad, sueño sin descanso, problemas digestivos, tristeza, llanto frecuente, dificultades para comer, hipervigilancia, desafíos sensoriales y un silencio inapropiado, para mencionar solo algunas de las dificultades que tenía. Trataba de esconder mi malestar constante, me contenía durante los días de escuela y explotaba cuando estaba en mi casa. Por suerte, mi padre me llevó a aprender tenis, deporte que ayudó a mantenerme a flote como para poder sobrevivir la etapa.

Cuando tenía 23 años, emigré a los Estados Unidos. Durante los primeros doce años viví en Chicago, donde me casé con un americano. Nos divorciamos cuando mi hijo tenía 5; aunque estaba contenta con la decisión, la vida de una madre soltera con autismo no diagnosticado fue muy difícil, hasta que aparecieron los ataques de pánico que me indicaron que debía buscar una nueva forma de sobrellevar la situación.

Estar en silencio con otros era tan extraño que parecía como si mis sentidos estuvieran absorbiendo el silencio, como cuando la tierra seca absorbe el agua.

En esa época, una amiga me prestó el libro “Nada de especial: viviendo Zen” de Charlotte Joko Beck. Lo que leí sobre el Zen tenía sentido. Pensé, ¿por qué no probar?

Entonces, me mudé de Chicago a un centro Zen en California. Al instante, amé la quietud y la falta de agresividad, de rapidez y de artificialidad que me molestaban en todos los otros lugares. En ese silencio, pude al fin relajarme y prestar atención a mi cuerpo y a mi mente. Por primera vez en mi vida, no estaba abrumada de forma constante por los ruidos, las luces y otras sensaciones. Por fin, estaba con un grupo de personas con las que me podía relajar, me dejaban ser, incluso cuando no me entendían.

Cuando me sentaba a meditar zazen, con la columna erguida en quietud, todos estaban en silencio alrededor mío. Estar en silencio con otros era tan extraño que parecía como si mis sentidos estuvieran absorbiendo el silencio, como cuando la tierra seca absorbe el agua. Como toda la sangha practicaba zazen, todos sabíamos que las palabras no eran siempre necesarias, que el silencio podía ser hermoso y que la luz tenue, un bálsamo para los sentidos.

Tuve que dejar el centro Zen luego de seis meses para volver a estar con mi hijo, que ya tenía 7 años y se había quedado con su padre y su abuela. Retorné a sentirme consumida por la supervivencia, pero con un enfoque diferente: todas las mañanas me sentaba a meditar sola. Practicar una y otra vez, sola o acompañada, me ayudó a hacerme más fuerte, tanto a nivel físico como espiritual.

Entendí qué estaba sucediendo en mi interior. A menudo, las personas se distraen para desentenderse de las cosas que no les agradan de su vida. Sin embargo, la única manera de estar en paz con esa sensación de desagrado, es hacerle espacio y abrazarla.

Ahora, luego de casi 25 años de práctica Zen, he conocido a muchas otras personas con autismo que meditan. La meditación puede ayudar a las personas neurodivergentes a calmar su sistema nervioso, que se altera con facilidad.

Aunque no todas las personas con autismo tienen una sensibilidad extrema a una variedad de estímulos, muchos disfrutan de tener menos estímulos con los que lidiar. Inventé una palabra para describir la disonancia de mis sentidos: AGAPAR, para AGresivo, APurado, ARtificial. La meditación budista se aleja de forma grata de todo lo que es AGAPAR.

La mayoría de las distracciones, y por extensión de los estímulos, son eliminadas, o al menos bastante apaciguadas en un espacio de meditación o en un centro Zen. Esto es muy importante para una persona con autismo. Mirar hacia una pared durante una meditación, en vez de estar mirando objetos que se mueven con ajetreo, puede ser un bálsamo; lo mismo sucede con la tradición de usar colores tenues y oscuros, que son también relajantes. En vez de palabras, se usan campanas y otros objetos para marcar el comienzo y el final de la meditación; y se usan varios gestos para comunicar algo, como cuando nos saludamos con una inclinación. Se necesitan muy pocas palabras, y en el silencio, se hace posible susurrar sólo lo que es necesario.

Las personas con autismo deben considerar el nivel de gasto que se requiere para comenzar una práctica de meditación. La mayoría de las personas con autismo tienen poco dinero, yo no soy una excepción, por lo que estoy muy agradecida por las becas que recibí, lo que me permitió poder practicar con varias sanghas. Aunque llega el momento en que es importante poder practicar con otros, una de las ventajas de la meditación es que una persona puede comenzar a practicar solo en casa, sin ningún tipo de gasto.

Al ser una persona con autismo, suelo sentir que pertenezco a una minoría y que estoy un poco marginada. Por este motivo, comencé, con la ayuda de mi compañero con autismo, la sangha que llamamos Autsit (.net). La mayoría de los que participan son personas con autismo, aunque todas las personas neurodivergentes y sus aliados (amigos) son también bienvenidos.

Una vez más, estoy tan agradecida de haberme cruzado en el camino Zen.

El hombre en el espejo

“La meditación me permitió comenzar a ser consciente de mí mismo”, dice Joe DaRocha. “Me presentó a mi ser”.

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¿Cómo era mi vida antes de encontrar el camino del Budismo? Caótica.

Estaba viviendo en constante confusión y frustración. No había ninguna sensación de estabilidad psicológica. Tenía una visión muy reducida de la vida, que era totalmente autodestructiva, y esto se hacía evidente en mi relación con las personas. Todas las relaciones definidas de forma rígida (maestro-estudiante, empleado-empleador) funcionaban, pero las relaciones íntimas y las amistades eran un desastre. No era posible mantener una relación funcional por mucho tiempo. Parecía que repetía mis errores de forma indefinida y esto me hacía sentir derrotado.

Sin embargo, siempre tuve cierta fascinación por el Budismo. Cuando tenía entre doce y trece años, solía ver las repeticiones de la serie Kung Fu en la televisión, que se transmitió entre 1972 y 1975, me fascinaba. El protagonista, Kwai Chang, creció en China y migró a los Estados Unidos, un extraño en tierras extrañas. Aunque tenía los mismos desafíos que otros, su actitud y su conducta eran completamente diferentes. En todos los episodios, veía cómo superaba alguna dificultad y pensaba “¡Guau! Ojalá yo pudiera hacer eso”. Esa fue la primera vez que me expuse a la meditación.

Cuando decidí que tenía que hacer un cambio en mi vida, comencé a meditar. Pronto fue evidente que la práctica era una forma de descubrir quién era. Traté varios métodos de Occidente para gestionar mi salud mental, y aunque me ayudaron, siempre faltaba algo. Lo más importante era que no sabía quién era Joe DaRocha. La meditación y el Budismo me permitieron comenzar a ser consciente de mí mismo. La meditación me presentó a mi ser. Comencé a percibir de otra manera. La revelación más importante fue cuando me di cuenta que yo tenía un rol activo en mi autodestrucción.

De muchas maneras, el budismo encaja con mi personalidad

Es verdad que hubo desafíos y obstáculos que estaban fuera de mi control, pero yo me hacía cargo de que éstos empeoren y persistía en mantener mis miedos y en estar a la defensiva todo el tiempo. Me di cuenta de que yo era el autor de mi propia aniquilación. Podía ver al enemigo en el espejo.

Fue un proceso completo y gradual de reaprender hasta que mi perspectiva de las cosas cambió y, en consecuencia, mis reacciones. Por ejemplo, solía temer a las serpientes, me aterraba. Un día, varios años después de comenzar a meditar, decidí hacer una práctica en mi jardín. Justo antes de que la meditación concluyera, escuché un sonido crujiente suave, y cuando abrí mis ojos había una coral ratonera serpenteando a un metro delante de mí.

Lo primero que pensé fue que éste también era su mundo. Como un reconocimiento de que la serpiente también pertenecía a ese lugar, como yo. No tuve nada de miedo y me pude sentir sonreír. Fue una experiencia increíble; en el lenguaje Zen, fue satori, un momento de iluminación, la habilidad de poder ver la verdad de forma clara. Esto nunca podría haber ocurrido sin mi práctica de meditación.

El Budismo coincide con mi personalidad de muchas maneras. Soy una persona bastante solitaria, pocas veces socializo y no me gustan los grupos. En la tradición Budista puedo hacer prácticas solo. Tengo una guía, recibo instrucción y atención por parte de los maestros, pero al final, todo depende de mí.

Nadie me va a ofrecer la auto conciencia; nadie me va a decir cómo liberarme. Solo se trata de: “Esta es la filosofía, esta es la práctica. Ahora hazte cargo, a ver qué encuentras”. Me gusta mucho que sea así.

Soy escéptico de cualquier método que ofrece soluciones espirituales externas para mejorar mi salud mental. No tengo fe en que las respuestas a mis preguntas existenciales y espirituales estén “allí afuera”. Estoy convencido de que las respuestas deben venir desde dentro. Para mí es pura lógica: si las preguntas sobre mi salud mental/espiritual están siendo generadas por mi mente, entonces debe ser en mi mente donde puedo encontrar las respuestas.

Uno de los desafíos que deben enfrentar muchas personas con autismo es que están encerrados en sí mismos. Su pensamiento es acotado, el mundo es blanco o negro sin mucho espacio para otras perspectivas. Sé lo que es vivir en ese mundo. Es una existencia limitada. Restringe las opciones y las soluciones a las que se podría acceder para hacer mejor las cosas. Mi experiencia como persona con autismo de vivir bajo esas restricciones fue como vivir adentro de una choza en una isla. La meditación no me dejó salir de la isla (no puedo “curar” mi autismo) pero me permitió salir de la choza a explorar.

La terapia, la orientación, todo me ayudó. Sin embargo, seguía siendo alguien de afuera que me trataba de ayudar a ver el mundo de otra manera; mientras que en el Budismo, puedo experimentar el mundo por mí mismo. Puedo verme a mí mismo en ese mundo y navegarlo, no desde una perspectiva aprendida, sino vivida.

También quiero agregar que la medicación cambió mucho mi vida. Tomo mis medicinas de forma regular y siempre recomiendo antes ver a un médico para hacer una consulta sobre la salud mental. Nunca diría que el Budismo y la meditación van a mejorar al cien por ciento las vidas de todas las personas con autismo grado 1, es una afirmación demasiado extrema. Sin embargo, puede cambiar la vida de algunos.

El Budismo y la práctica han cambiado mi vida, me dieron cosas que pensé que nunca tendría. Me dieron claridad. Me dieron la práctica espiritual, las enseñanzas y una comunidad.

Una vez, escuché en el trabajo que había una compañera que era budista y me acerqué a conocerla. Me acuerdo acercarme a ella, presentarme y preguntarle si era budista. Ella respondió que sí y hubo un momento de entendimiento inmediato. Fue como irse de viaje a una tierra lejana, donde no conoces el lenguaje, la cultura o la gente y de golpe te cruzas con alguien de tu barrio.

Ella era Budista Tibetana y yo soy Budista Zen. Cuando hablábamos, hacíamos comentarios sobre las diferentes prácticas. Las conversaciones eran divertidas, aprendíamos mucho y no nos sentíamos nunca incómodos.

Una vez le pregunté sobre las postraciones (una práctica devocional en la cual te acuestas y tocas el suelo con tu cabeza varias veces). Esta era una de las prácticas que ella hacía y yo no, y mientras más se explicaba, más preguntas tenía para hacerle. Después de un tiempo, nos dimos cuenta que yo no iba a captar los beneficios de esta práctica, entonces ella hizo un movimiento de negación suave con su cabeza y con una sonrisa me dijo: “Ay, Joe, ¡eres un Budista tan Zen!”. Es una de las cosas más lindas que alguien me dijo en mi vida.


SOBRE LOUISE WOODFORD

Louise Woodford escribió hace poco un artículo que fue publicado en el libro Autism and Buddhist Practice: How Buddhism Can Help Autistic Adults Cultivate Wellbeing (El autismo y la práctica budista: cómo el Budismo puede ayudar a los adultos con autismo a cultivar su bienestar), editado por Chris Jarrell.


SOBRE PETE GRELLA

Pete Grella es un maestro budista en Los Ángeles. Es el anfitrión de Neurodiverse Affinity Group con Insight LA llamado InTune.


SOBRE ANLOR DAVIN

Anlor Davin es una monja Soto Zen. Su libro, Being Seen (Ser vista), fue publicado en el año 2016.


SOBRE JOE DAROCHA

Joe DaRocha tiene un máster en trabajo social y ha trabajado con familias y niños traumatizados durante 25 años.


SOBRE REGINA CANDEL (TRADUCTORA)

Regina Candel Martinez cursó las carreras universitarias de Profesorado de inglés y Traducción técnica-científica de inglés en Argentina y ahora vive en España. Apasionada por la escritura, la lectura y los viajes, lo que la acerca a los textos desde una curiosidad innata por el conocimiento de nuevas culturas y formas de vida.

Joe DaRocha

Joe DaRocha has his master’s in social work and has worked with traumatized families and children for over twenty-five years.