Al convertirme en padre, he podido entender más a fondo el significado de la frase “debiéramos llegar a amar a todos los seres como si cada uno fuese nuestro único hijo”. Antes, esta hermosa e inspiradora frase era para mi algo abstracto. En cambio, ahora que tengo un “único hijo” sé con exactitud el tipo de amor que debiera extender gradualmente hasta conseguir abarcar a todos los seres.
Yo soñaba con una vida monástica, sin embargo, tras varios intentos fallidos y gracias a los consejos de mi maestro, llegué a aceptar que el monasticismo no era mi camino. Hoy, como la mayoría de personas en nuestra sociedad moderna, tengo una familia y una vida llena de ocupaciones, por lo cual me he visto en la necesidad de integrar la práctica del dharma en mi vida cotidiana.
Si bien la vía monástica nos ofrece condiciones ideales para entrenarnos diligentemente en el dharma, aun así, el monasticismo no es, como solemos pensar, la única manera de llevar una vida completamente dedicada a la práctica. En los sutras se mencionan algunas de las vidas previas de Buddha Shakyamuni en las que fue un practicante laico. Se mencionan también en las escrituras a grandes bodhisattvas—hombres y mujeres—que no seguían la vía monástica, al menos en ese momento; siendo Manjushri y Vimalakirti los más conocidos. Así mismo, a lo largo de nuestra historia, encontramos referentes como, el del erudito y poeta Chandragomin, que siendo un practicante laico llegó a ser un maestro en la universidad de Nalanda, y sostuvo sin problemas un extenso debate con Chandrakirti, el renombrado autor del Madhyamakavatara. De modo que no son escasas las instancias que nos demuestran las posibilidades que un practicante tiene de obtener resultados fuera de la vía monástica,
El apego por nuestra familia puede llegar a ser un obstáculo para nuestra práctica. Y sí, la verdad es que no he conocido otro apego mayor al que siento por mi compañera y nuestro hijo. Sin embargo, también siento por ellos un gran amor y una sincera compasión, un profundo deseo de ayudarles a lograr la felicidad y a liberarse de todo sufrimiento. Amor y compasión que me instan a considerar sus necesidades tan importantes como las mías y a ponerme en su lugar en los momentos difíciles; observando mis propias acciones desde su perspectiva, para así adoptar aquellas que les beneficien y abandonar las que puedan aumentar su sufrimiento. Esto me ha ayudado paulatinamente a reducir mi rigidez y mi egoísmo ¿y no es de eso que se trata la práctica del dharma?
Para lograr entrenarnos como laicos en estos tiempos tan vertiginosos, es fundamental preguntarnos a qué nos referimos realmente cuando hablamos de practicar el dharma. Recuerdo que mi maestro, Khenpo Thubten, me dijo una vez; “Si practicas el dharma con una intención mundana, eso en realidad es una actividad mundana. Pero si llevas a cabo tus actividades cotidianas con la motivación correcta, entonces eso es una auténtica práctica del dharma”. Esto resonó en mí, ya que siendo la finalidad del dharma entrenar nuestra mente, si nosotros tomamos los votos, recibimos enseñanzas o meditamos en aislamiento teniendo como objetivo la fama, por ejemplo, solo conseguimos de este modo fortalecer nuestro aferramiento a la idea de un yo verdaderamente existente, lo cual, según las enseñanzas budistas, es el origen de todo sufrimiento. Sin importar si somos laicos o monjes ¿cómo podría considerarse práctica auténtica del dharma aquello que nos hunde aún más en el samsara? Esto sería definitivamente una actividad mundana.
“No debiéramos ver nuestras actividades cotidianas y nuestra práctica como dos cosas separadas. Si nuestra motivación es la adecuada, cualquier situación podrá servirnos de terreno fértil para cultivar el sendero hacia la iluminación.”
Por otro lado, si nuestra motivación es la bodhicitta, el deseo de liberar a todos los seres sintientes de este inmenso océano de sufrimiento, todo a nuestro alrededor se convertirá en un medio para erradicar las ataduras de nuestro aferramiento egoísta. Para conseguir abandonar este egoísmo es que necesitamos cultivar el amor y la compasión hacia todos los seres sintientes; y de todos estos incontables seres, los que tenemos más cerca para comenzar nuestra práctica son aquellos que conforman nuestra familia.
Nuestra familia nos brinda incontables oportunidades para practicar el dharma, por ejemplo, es muy fácil con ellos comenzar a entrenarnos en la generosidad, la primera de las seis perfecciones, las prácticas que nos ayudan a llegar a la iluminación por el beneficio de todos los seres. Quizás en lugar de comernos a escondidas esa última porción de pastel, la podemos ofrecer a nuestra pareja o hijos. Podemos consolarlos cuando están tristes y ayudarles a superar sus miedos con nuestro cariño y apoyo. Podemos también cuidarles cuando enfermen y hablarles de las enseñanzas cuando tengan dudas. Así, y de muchas otras maneras, podremos entrenarnos juntos en la generosidad.
Del mismo modo, con una intención sincera, procuraremos beneficiarles tanto como nos sea posible y evitaremos causarles cualquier daño, practicando así la conducta ética, la segunda perfección. Luego, es la paciencia la tercera perfección, y no hace falta decir que nos sobrarán ocasiones para ejercitarnos en ella con nuestra familia, intentando ser más comprensivos y flexibles cada día. Practicar el entusiasmo, la cuarta perfección, es también muy fácil con nuestros seres queridos, pues al comprender cómo nuestra práctica les beneficiará, tanto ahora como en el futuro, naturalmente nos alegramos de actuar con virtud, estimulando así nuestro entusiasmo por la práctica. También, al cultivar el amor bondadoso y la compasión hacia nuestra familia, para luego extender esto gradualmente a todos los seres, estaremos cultivando la perfección de la concentración.
Finalmente, la sabiduría, la sexta perfección, se cultiva mediante la escucha, la contemplación y la meditación. En cuanto a la escucha me parece aconsejable buscar enseñanzas breves y fáciles de recordar, compatibles con nuestras múltiples ocupaciones, pero que a la vez contengan todas las claves para una práctica efectiva. Habiendo escuchado con atención y devoción las enseñanzas, lo que sigue es contemplar en ellas, reflexionando detenidamente en su significado. Esto podemos practicarlo también buscando en nuestra vida cotidiana ejemplos que las ilustren e ideando maneras creativas de aplicarlas en relación con nuestra familia. Hecho esto, en los momentos de calma, quizás cuando los niños duerman, nos sentaremos a meditar, con una mente estable, en el significado que por medio de la reflexión hemos conseguido aclarar, llegando eventualmente a comprender que todo—nuestra familia incluida—está más allá de cualquier elaboración conceptual. Intentaremos recordar esto también durante nuestras actividades e interacciones cotidianas.
Si al practicar de este modo mantenemos la motivación de la bodhicitta, si recordamos constantemente que la acción, quien la ejecuta y quien la recibe son ilusiones, si sellamos todo con la adecuada dedicación de méritos, entonces nuestra vida en familia sin duda puede convertirse en una genuina práctica mahayana.
Nuestra familia puede ser, además, un muy buen indicador de nuestro progreso en la práctica. Sin importar qué tan buenos practicantes podamos parecer frente a la comunidad, es nuestra familia quien mejor nos conoce, y es a través de nuestra familia que podremos ver más de cerca nuestras propias carencias en la práctica. Cuando todas las condiciones son “perfectas” es muy fácil pensar que lo estamos haciendo muy bien. Pero cuando surgen dificultades, cuando tenemos que adaptarnos a las necesidades de los demás, cuando los desafíos de la vida nos ponen a prueba, es cuando veremos qué tan pacientes o bondadosos logramos ser en realidad; si somos o no capaces de abandonar nuestro egoísmo y trabajar sinceramente por el beneficio de quienes nos rodean.
Así pues, no debiéramos desanimarnos pensando que nuestra familia es irremediablemente un obstáculo para la práctica del dharma. Tampoco debiéramos ver nuestras actividades cotidianas y nuestra práctica como dos cosas separadas pues, si nuestra motivación y visión son las adecuadas, entonces nuestra vida en familia, nuestro trabajo, nuestros viajes de un lugar para otro, y prácticamente cualquier situación—alegre o desafortunada—en la que nos veamos envueltos, podrá fácilmente servirnos de terreno fértil para cultivar el sendero hacia la iluminación, tornando así nuestro tiempo juntos en algo verdaderamente significativo.
Algo que mi hijo y yo disfrutamos mucho, es tomar el té juntos; un delicioso Oolong o un buen Pu-erh. Preparando el té con cuidado y alegría practico con él la generosidad, al tiempo que observo como las sensaciones, sabores, aromas y pensamientos surgen para luego desvanecerse. Es un momento del día que compartimos juntos, en el que el té que tenemos delante, es lo único que nos ocupa. No es necesario pensar en cosas muy complicadas, cualquier actividad cotidiana puede convertirse en práctica del dharma.